Me considero una rana afortunada. Puedo hablar y escribir como los seres humanos (por cierto, en Vancouver unos científicos han decidido proponer que a monos, delfines y ballenas se les consideren como personas. ¿Y de las ranas qué?) y eso te permite expresar lo que sientes, lo que quieres, lo que te parece bien y mal. Y si además puedes compartirlo con los demás a través de unas líneas que escribo cada mes en esta gran revista de las Energías Renovables, puedes transmitir tu visión y
saber que hay personas que comparten –o no– tus ideas. Y eso es mucho, y a la vez poca cosa en el objetivo común con otros compañeros que tienen esta posibilidad en el adverso entorno en el que estamos viviendo en estos tiempos.
Y digo que es poca cosa porque creo que las personas que sentimos la necesidad
y la obligación de luchar por un mundo mejor, un mundo en el que las energías renovables son una parte fundamental de la solución a los múltiples problemas medioambientales y económicos, pero que compartimos esa misma visión, no estamos consiguiendo nuestro propósito.
Entre nosotros nos jaleamos y nos apoyamos. Nos entendemos, y no necesitamos
convencernos los unos a los otros discutiendo los quizás pequeños matices que nos diferencian. Pero de puertas afuera ¿qué está pasando?
El mes pasado aludía a un artículo del Sr. Fabra en El País que una semana después
fue contestado con arrogancia y displicencia por el Sr. Montes, una persona cuya
única autoridad deviene de su rol en UNESA y un pasado profesional con claroscuros.
Pero la oscuridad en este país, y casi en ninguno, se paga. Por eso puede
permitirse escribir en esos términos y descalificar los argumentos sólidos y contundentes del Sr. Fabra y supongo que los del Sr. Benjumea, que contestó a la semana siguiente en las mismas páginas con los datos que el Sr. Montes echaba de menos. UNESA es muy poderosa y nosotros no. Como en una discusión callejera, los que alzan la voz y gritan más pretenden intimidarnos y tener razón por pura fuerza. Y la tienen. Y nosotros no.
Pero sabemos que tenemos razón y tenemos la fuerza moral que nos da el convencimiento de que nuestra lucha esta justificada y que por lo que luchamos es bueno para nuestra sociedad y para la de las próximas generaciones. En nuestra sociedad las decisiones que están tomando los poderosos se basan en una estrategia cortoplacista que busca el beneficio al precio que sea. El Sr. Sánchez Galán puede gritar exigiendo, después del decreto que lleva a la ruina al sector de renovables español, que se paren las renovables incluso más allá de lo ya conseguido por ellos, mientras anuncia los buenos resultados de Iberdrola y sus fantásticos y crecientes emolumentos anuales. Ellos están en la otra orilla mientras nuestras empresas naufragan en el temporal que han provocado.
¿A quién le importan las pérdidas de puestos de trabajo e inversiones realizadas al amparo de una legalidad ahora modificada caprichosamente? Cambio, por cierto, basado en falsedades lanzadas a voz en grito. Nuestra sociedad está narcotizada y a los ciudadanos se nos está inculcando un sentimiento de culpabilidad para justificar los desmanes de grandes financieros y políticos.
Pues sí, estoy deprimido, pero no voy a dejar, no debemos dejar, que nos apabullen.
Debemos seguir luchando. Y cuando las palabras no consiguen el efecto deseable habrá que recurrir a otras formas de lucha. ¿Cuales? Francamente no lo se, pero pensemos en ello. No tengo ni ganas de croar a pesar de que esta anormal primavera se nos está echando encima con la mayor sequía invernal desde que hay datos. Pero seguro que esto no tiene nada que ver con el cambio climático. ¿A quién le importa ya el cambio climático?