Sara González-García, investigadora del Grupo de Ingeniería Ambiental y Bioprocesos de la Universidad de Santiago de Compostela (USC), explicó a SINC que “estos estudios evalúan, desde el punto de vista ambiental, la producción de bioetanol a partir de dos fuentes de biomasa que hasta ahora no se han explotado: los residuos agrícolas del lino, destinado a la producción de fibra de papel para encamado animal, y los cultivos de Brassica carinata, planta herbácea de flores amarillas, similar a la que cubre los campos en primavera”.
También hay impacto, pero menos y se puede paliar
En los estudios también se han analizado las cargas ambientales asociadas a las siguientes etapas del proceso: cultivo de lino o Brassica carinata, producción de etanol (mediante hidrólisis enzimática seguida de fermentación y destilación), mezcla en distintas proporciones con gasolina y empleo en un coche. El análisis no obvia que estos combustibles también “contribuyen a la acidificación, la eutrofización, la formación de oxidantes fotoquímicos y la toxicidad en personas o en el ambiente”. Según los expertos, estos efectos negativos se podrían paliar con el empleo de cultivos de alto rendimiento, así como mediante la optimización de las actividades agrícolas y el mejor uso de fertilizantes.
Las simulaciones desarrolladas por los investigadores revelan que el lino (más rico en celulosa) puede llegar a producir 0,30 kg de etanol por cada kg de biomasa seca, frente a los 0,25 kg/kg de la Brassica carinata. Sin embargo, al analizar todo el ciclo de producción, la última presenta una mayor producción de biomasa por hectárea y tiene un menor impacto ambiental. El combustible es bioetanol de segunda generación.
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