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La bioeconomía no apuesta decididamente por la bioenergía

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¿Creen realmente la Unión Europea y España en la bioenergía como componente esencial de la bioeconomía del futuro que se impulsa a través de mil millonarias inversiones y programas de I+D? La primera más que la segunda, pero no para tirar cohetes. El antecedente del cuestionamiento social y ambiental a los biocarburantes de cultivos hace que la apuesta por una economía baja en carbono en la UE esté muy condicionada por la prevalencia de otros usos: agricultura, ganadería, alimentación, forestal, química… El último número de Energías Renovables hace un repaso a estas apuesta, tanto española como europea.
La bioeconomía no apuesta decididamente por la bioenergía

La elaboración de una estrategia española de la bioeconomía, actualmente en fase de borrador, se enmarca en la política de I+D+i que impulsa la Comisión Europea (CE) dentro del programa Horizonte 2020 y que se concreta en su propia estrategia al efecto, presentada en marzo de 2012. Esta se basa en tres pilares principales: inversiones en la investigación, la innovación y las cualificaciones en bioeconomía; fomento de los mercados y la competitividad en los sectores mediante una intensificación sostenible de la producción primaria, la conversión de los flujos de residuos en productos de valor añadido y mecanismos de aprendizaje mutuo para mejorar la producción y la eficiencia en el uso de los recursos; y refuerzo de la coordinación política y el compromiso de las partes interesadas mediante la creación de un grupo de expertos y un observatorio.

No se puede decir que desde un primer momento la CE destacara a la energía como principal destinataria de la estrategia. Cuando habla de los sectores que abarca los enumera así: “agricultura, silvicultura, pesca, producción de alimentos y de papel y pasta de papel, además de parte de las industrias química, biotecnológica y energética”.
La Comisión Europea, los Estados miembros de la UE y empresas del continente van a invertir más de 22.000 millones de euros en Horizonte 2020 en los próximos siete años. La mayor parte de la inversión se destina a cinco asociaciones público-privadas. De ellas, dos tienen que ver directa o indirectamente con las energías renovables: pilas de combustible e hidrógeno (1.400 millones de euros de presupuesto) y bio-industrias y biorrefinerías (3.800 millones).

Presencia de la bioenergía española
La principal iniciativa surgida a partir del empuje comunitario a la bioeconomía dentro de las asociaciones público-privadas se concreta en el programa BioBased Industries (BBI) y el BioBased Industries Consortium (BIC), una plataforma que agrupa a 75 compañías, entre las que hay ocho españolas: Abengoa, AlgaEnergy, Alkol, Bionet, Cepsa, Ence, Fertiberia y Repsol. Aquí sí se aprecia el claro perfil energético de la participación española. Entre los miembros asociados (140) aparecen 42 entidades españolas, la mayoría universidades y centros de investigación. Resaltan también aquí el Centro Nacional de Energías Renovables (Cener), Ainia Centro Tecnológico, Tecnalia, el Centro de Investigaciones Energéticas, Tecnológicas y Medioambientales (Ciemat) y la Plataforma Tecnológica de la Biomasa (Bioplat), todas vinculadas a la bioenergía total o parcialmente.

La CE ha apostado fuerte por el BIC, donde ha asegurado la inversión de mil millones de euros, que unido a la participación privada sube el presupuesto a los 3.800 millones de euros mencionados. A pesar de los nombres de las empresas y entidades españolas participantes, si también hay que valorar la importancia que se da a la energía por su posición a la hora de presentarla, vuelve a no estar entre las principales protagonistas: “BIC reúne una mezcla única de sectores que actualmente abarca la agricultura, agroalimentación, proveedores de tecnología, silvicultura, pulpa y papel, productos químicos y energía”. No mejora la posición cuando hablan de los objetivos: “desarrollaremos una economía que produzca alimentos, piensos, productos químicos, materiales y combustibles a nivel local”.

La convocatoria de 2014 para los diez primeros proyectos aprobados dentro del BBI reúne siete vinculados a acciones directas de investigación e innovación, dos demostrativos y uno considerado como “proyecto bandera”. Este último, denominado, First2Run, busca demostrar la viabilidad técnico económica y ambiental a escala industrial a lo largo de toda la cadena de valor del aprovechamiento de cultivos oleaginosos ahora infrautilizados y que crecen en terrenos áridos y marginales. La intención es extraer aceites vegetales para convertirlos en bioproductos (biolubricantes, cosméticos, bioplásticos…) y emplear los co-productos resultantes del proceso en la producción de energía, alimentación para el ganado y productos químicos de valor añadido.

Biorrefinerías como modelo
Solo otro de los proyectos aprobados dentro de esta primera convocatoria del BBI, dada a conocer en junio de este año, menciona expresamente a la energía entre sus prioridades. Se trata de Pulp2Value, que desarrolla el concepto de biorrefinería integrada y rentable en el procesamiento de pulpa de remolacha para generar detergentes, productos de higiene corporal, biocombustibles y pinturas, entre otros. “El proyecto impulsará el desarrollo rural a través de los productores de remolacha azucarera, permitiendo su conexión entre cadenas de valor intersectoriales, como las industrias química y alimentaria”.

Ni empresas ni instituciones europeas quieren tener conflictos como los derivados de la producción de biocarburantes de cultivos, con acusaciones de interferir en la seguridad del suministro de alimentos y la destrucción de bosques. Es cierto que en el caso de la bioeconomía se habla más de aprovechar residuos que de cultivos energéticos, pero también aquí son variadas las presiones que empujan para que las materias primas tengan otros destinos por delante de la generación de energía.

Margarita de Gregorio, coordinadora de Bioplat, uno de los miembros españoles más activos del BIC, considera que “si no se apuesta como es debido por la energía es por cuestiones relacionadas con los intereses de otros sectores con más capacidad tractora que el bioenergético (maderero, biotecnológico, químico, agroalimentario…) y por el rechazo ecologista que permanece muy presente a pesar de los numerosos desmentidos justificados que se han hecho”. Esta es la base, según De Gregorio, de la que ha surgido “el envenenado concepto de cascading approach (el término aparece en varios documentos de trabajo del BBI), según el cual, el último aprovechamiento que se hace de las biomasas, de acuerdo con los intereses de estos sectores y los miedos de algunos ecologistas, debe ser el energético”. Dentro de la definición del proyecto Pulp2Value se cita expresamente el término “cascading biorefinery system”.

Amigos de la Tierra, una de las ONG más críticas con el desarrollo de los biocombustibles, pide a la Unión Europea que “asegure un uso óptimo y eficiente de los recursos de biomasa para bioenergía, atendiendo al principio de ’uso en cascada’ (prioridad para el compost y la regeneración de suelos) e introducir criterios de sostenibilidad global, considerando los impactos sociales y ambientales, de manera que solo se fomente la bioenergía sostenible”.

Uso en cascada flexible
El pasado año, el Panel Europeo de Bioeconomía y el Comité Permanente del Grupo de Trabajo de Investigación Estratégica en Agricultura (SCAR, en sus siglas en inglés) publicó el informe Where next for the european bioeconomy? En él se sostiene que para lograr un eficiente uso de la biomasa hay que tener en cuenta el uso en cascada, y se pone el ejemplo de la madera, que debe utilizarse de la forma más eficiente y sostenible posible para aprovechar el recurso y tantas veces como sea posible antes de que se use como biocombustible. También citan a la glicerina, como materia prima y subproducto de la producción de biodiesel, que de forma secuencial se debe derivar para la elaboración de biomateriales, “y luego para usos energéticos”.

Sin embargo, el mismo documento del SCAR reconoce que este concepto de uso en cascada también ha de ser flexible. “Se debe evitar tomar el principio (uso en cascada) como una norma obligatoria aplicada a todo tipo de biomasa –se afirma en el documento–, ya que supondría crear nuevas barreras innecesarias al desarrollo y comercialización de productos muy necesarios para una bioeconomía beneficiosa para el medio ambiente en Europa. La biomasa se debe utilizar en función de las necesidades más urgentes y/o retos sociales que se afronten”.

Desde Bioplat, Margarita de Gregorio incide en este punto: “Nosotros no estamos en desacuerdo con la utilización en cascada, ni mucho menos, pero lo que decimos es: no ordenéis la cascada, que cada industria, en función de sus intereses (económicos, estratégicos, etc.) escoja los productos y subproductos que desea producir y en el orden y cantidades que estime oportuno en función de sus propios intereses y del mercado”.

Críticas
Tras leer el borrador de la estrategia que se prepara en España, el uso en cascada aparece más presente de lo que al sector de la bioenergía le hubiera gustado. En principio, el anuncio de su elaboración fue saludado como un paso muy positivo para crear y consolidar un nuevo sistema productivo en el que interactúen diversos sectores de la bioeconomía y permita aumentar la competitividad del país, así como generar y mantener empleo y riqueza. Sin embargo, tras revisarlo a fondo, llegan las primeras críticas.

“Entendemos que para hacer honor a su nombre (estrategia) debe contar principalmente con dos sectores que son estratégicos, especialmente en España, como son la alimentación y la energía”, señala De Gregorio. El documento en revisión traza los ámbitos de actuación, en el que sobresale el sector agroalimentario, integrado por la agricultura, ganadería, pesca, acuicultura y elaboración y comercialización de alimentos, “como uno de los que está actuando como motor de nuestras exportaciones”.

La tibieza española
El resto de las áreas aparecen como complementarias, especialmente la energética, casi abandonada en el último lugar. Tras el sector agroalimentario aparece el “forestal y de derivados de la madera, el de los bioproductos industriales obtenidos tras una transformación bioquímica o biológica de la materia orgánica generada por nuestra sociedad, y no utilizada en el consumo humano y animal, y el de la transformación energética de la biomasa”.

A pesar de este último puesto de la biomasa, los dos únicos informes de base que se citan en el documento al que ha tenido acceso Energías Renovables, están precisamente relacionados con las renovables. Uno es el Plan de Energías Renovables 2011-2020 y el otro el proyecto singular y estratégico Probiogás. “Considerando ambos trabajos –se cita en el borrador– podemos estimar en 159 millones de Tm/año la cantidad producida (de residuos), incluyendo la biomasa producida en los cultivos agrícolas, la actividad forestal, la industria alimentaria o la industria de la madera, del papel y del textil, así como los residuos animales y los residuos sólidos urbanos”.

Ampliar el enfoque
De Gregorio subraya que “el enfoque de la estrategia nacional debería ampliarse y priorizar a la bioenergía, si no al mismo nivel que está el ámbito alimentario, a un nivel próximo como forma de energía capaz de contribuir no solo a los objetivos energéticos (estratégicos para un país como España con un desequilibrio en la balanza comercial brutal debido a la compra de combustibles y con una creciente pobreza energética), sino también a los objetivos ambientales y socioeconómicos locales, autonómicos y nacionales”.

En el borrador se establecen nueve objetivos operativos que comienzan por “impulsar el desarrollo de la bioeconomía en España mediante la colaboración permanente entre las administraciones españolas y los sectores productivos”. A partir de aquí se habla de promover la interacción entre el sistema español e internacional de ciencia y tecnología; de facilitar y potenciar la aplicación del conocimiento al mercado y a la innovación a través de la creación y consolidación de empresas de base tecnológica; identificar las limitaciones a su expansión, proponiendo medidas de carácter administrativo, regulatorio, legislativo; desarrollar y generar herramientas para la educación y la formación de trabajadores; y de promover el desarrollo económico en el medio rural.

Con todo, desde Bioplat se afirma que no se entenderá que cuando llegue la estrategia a las comunidades autónomas no haya una apuesta decidida por la biomasa, “que es lo que están esperando”. Consideran que se tendría que abrir el foco de la estrategia, “de lo contrario no debería llamarse estrategia española de bioeconomía, sino plan de reactivación del sector agroalimentario español (o algo así), pues todo gira en torno al sector agroalimentario, lo cual es absolutamente respetable, pero entonces que no se vista como bioeconomía, pues es mucho más que eso”.

Más información:
Estrategia Europea de Bioeconomía: http://ec.europa.eu/research/bioeconomy
BioBased Industries Public-Private Partnership: http://bbi-europe.eu
BioBased Industries Consortim: http://biconsortium.eu/
Programa Horizonte 2020: www.eshorizonte2020.es

Cuadro 1
¿Qué es la bioeconomía?
El término de bioeconomía hace referencia a la economía que utiliza los recursos biológicos, residuos incluidos, como materia prima para la producción de alimentos para personas y ganadería y en diferentes ámbitos industriales y energéticos, y dentro de procesos biológicos en industrias sostenibles.
Durante la presentación de la estrategia europea, se expuso que la bioeconomía en la UE tiene un volumen de negocio cercano a los 2.000 millones de euros y da empleo a más de 22.000 personas, el 9% del empleo total de la UE. Calculan que cada euro invertido en la investigación y la innovación en bioeconomía financiadas por la UE generará diez euros de valor añadido en los sectores bioeconómicos en 2025.

Cuadro 2
Cadenas de valor con bioenergía
A pesar de que ni en sus fines estratégicos ni en los primeros proyectos aprobados a través del BBI, la estrategia europea de bioeconomía concede un papel protagonista a la bioenergía, dos de las cinco cadenas de valor incorporadas al programa cuentan con ella directamente. Una parte de materias primas lignocelulósicas destinadas a la fabricación de biocarburantes avanzados, productos químicos y biomateriales, y la otra cita expresamente a las biorrefinerías y, entre otros cometidos, a su capacidad para generar energía y combustibles a través de diferentes tecnologías.
El resto lleva a la energía implícita en sus objetivos: aprovechamiento de todo el potencial de la biomasa forestal mediante la mejora de la movilización y la creación de nuevos productos y mercados de valor añadido; cadenas de valor de base agrícola con mayor sostenibilidad para mejorar la producción y desarrollar nuevos productos y mercados; y convertir residuos orgánicos en productos que solucionen los problemas de su desecho y ofrezcan nuevas oportunidades económicas a través de tecnologías sostenibles.

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