A menos que definitivamente estemos locos en este país, dentro de unas semanas José Manuel Soria dejará de ser ministro de Industria, Energía y Turismo, Álvaro Nadal dejará el muy influyente despacho de jefe de la Oficina Económica del Gobierno y su hermano Alberto cesará como secretario de Estado de Energía; insisto: salvo que la cordura haya abandonado para siempre estas tierras.
A la inicial sensación de alivio por librarnos del trío más nefasto para el ámbito del que se ocupan estas páginas, la energía sostenible, seguirá la preocupación ante la tarea de afrontar su legado: el desmantelamiento del sector renovable y los sesenta y cinco mil empleos destruidos; el reforzamiento del oligopolio en su posición de dominio casi absoluto en el acceso a la energía; el sector del petróleo al margen del debate energético puesto que nada ha cambiado en estos cuatro años para ellos; la alfombra roja a las perforaciones de ese disparate llamado "fracking"; la tramitación en marcha de unas prospecciones petrolíferas en aguas de Baleares que han provocado el rechazo de toda la sociedad como antes sucedió en Canarias, donde El Dorado anunciado por el ministro solo fue un ridículo más en su currículum; nos dejan la electricidad más cara de Europa salvo para unas privilegiadas grandes industrias; queda un oligopolio eléctrico con sus insólitos altos beneficios intactos pese a la crisis, la recesión y la bajada de la demanda y que doblan, en margen, a los de sus colegas europeos; persiste un vacío clamoroso en las políticas de ahorro y eficiencia; ("¿cómo vas a hacer políticas de ahorro tal y como están las eléctricas?" llegó a afirmar uno de sus directores generales del IDAE).
Legan también un incremento importante de la aportación del carbón a la cobertura de la demanda pero no han abordado la necesaria e ineludible reconversión de la minería; dejan publicado en el BOE un aluvión de leyes, Reales Decretos Ley (sí, sobre todo RDL, que así se ahorraban el molesto trámite de discutir sus tropelías), Reales Decretos y otras normas que sólo han servido para hacer todavía más confuso este sector; heredamos la lacra de la pobreza energética que se ha agravado durante su mandato por el incremento del gasto de energía y la reducción de los ingresos medios de los hogares; y, por último (en esta columna no hay sitio para exponer todo el catálogo de despropósitos), nos dejan una marea de denuncias contra el Estado español por saltarse a la torera la seguridad jurídica, por tomar medidas retroactivas sobre lo que se suponía que estaba escrito en la piedra del BOE.
Todas estas reclamaciones serán falladas favorablemente para los denunciantes en los tribunales internacionales y cortes de arbitraje y esas sentencias las acabaremos pagando, como no, los contribuyentes españoles, pero en ningún caso los señores Soria y Nadal (Alberto), que firmaron todas esas normas y mucho menos el señor Nadal (Álvaro), que las inspiró.
Sí, este es un resumen de su legado, de la nefasta herencia que recibimos todos nosotros, la sociedad española, nuestra economía, y que tendrán que gestionar los que en unos meses se hagan cargo de este elemento clave en el mundo actual como lo es la energía.
No sólo han frenado el desarrollo de las energías renovables y han despreciado el ahorro y la eficiencia como ejes de una política energética que nunca existió, sino que nos han devuelto al pasado, hemos retrocedido años en el camino de una nueva forma de acceder a la energía, con el agravante de que hay cosas que no podrán volver a construirse, como si empezáramos de cero, como es el caso de la industria fotovoltaica (la tecnología clave de las próximas décadas y en la que estuvimos en vanguardia), porque donde se arrancaron las raíces de forma salvaje no se podrá volver a sembrar.
Este es su legado, señores Soria y Nadal (Alberto y Álvaro), pero a pesar de él construiremos un modelo energético sostenible y al servicio de la sociedad y no para los intereses de un puñado de empresas a las que ustedes, con tanta diligencia, han servido.