El riesgo de que el gas sea etiquetado finalmente como inversión sostenible en la Taxonomía de la UE -a pocas semanas de que se finalice en abril-, según se ha filtrado, ha llevado a que 226 científicos, instituciones financieras y ONG hayan suscrito un documento en el que piden a la UE que rechace la propuesta.
España, Irlanda y otros gobiernos europeos, así como inversores, empresas y asociaciones del sector energético y de la sociedad civil, han instado a a la UE a mantener la financiación del gas fuera de la Taxonomía de la UE y a garantizar que el dinero se destina a las inversiones que pueden realizar la transición a emisiones cero, evitar la creación de activos varados y prevenir el lavado verde. Pero la UE podría ceder a las presiones de la industria y de los Estados miembros de Europa Central y del Este e incluir el gas finalmetne en la Taxonomía.
Estándar de referencia
Esta clasificación, que conformará un standard de referencia para las inversiones sostenibles y establecerá un punto de referencia sobre qué actividades son verdaderamente ecológicas, quedaría debilitada con la inclusión del gas y podría poner en duda el liderazgo de la UE y la credibilidad de los criterios de la Taxonomía de la UE, según advierten los firmante de la petición.
China y otros países están elaborando criterios de sostenibilidad similares para los productos financieros, y Francia ha sugerido recientemente unas normas comunes para las finanzas verdes entre Estados Unidos y la Unión Europea.
Las investigaciones demuestran, además, que las emisiones del gas están mucho más cerca de las del carbón de lo que se estimaba anteriormente, debido a las fugas de metano de la infraestructura de gas.
Según el Escenario de Desarrollo Sostenible de la AIE, la demanda de gas debería alcanzar su punto máximo en 2025 para tener un 50% de posibilidades de mantenernos por debajo de 1,65ºC.
Sin embargo, aunque las economías están dejando de quemar carbón, no ocurre así con el gas. De hecho, la AIE prevé que la demanda mundial de gas crezca un 30% para 2040, lo que resulta del todo incompatible con los objetivos de París.
A qué nos enfrentamos
Los firmantes del manifiesto expican que la quema de gas va a hacer saltar por los aires nuestro presupuesto de carbono, que es la cantidad de CO2 que puede entrar en la atmósfera antes de sobrepasar los objetivos de temperatura de París. Las emisiones acumuladas deben ser inferiores a 985 gigatoneladas (Gt) de CO2 después de 2020 para tener un 66% de posibilidades de mantenerse por debajo de los 2 °C, según Climate Analytics.
Esto significa que la mitad de los recursos de gas restantes deben quedar sin utilizar antes de 2050. Para cumplir el ambicioso límite de 1,5 ºC, sólo se permitirían 235 Gt de CO2.
Las centrales de gas, por sí solas, exprimen el presupuesto de carbono al representar el 18% de las futuras emisiones de carbono comprometidas a nivel mundial. En el sudeste asiático, por ejemplo, el 64,6% de las centrales de gas existentes y previstas serían incompatibles con el objetivo de 1,5 °C de temperatura.
Emisiones de metano
El metano, principal componente del gas fósil, es el segundo GEI más importante después del CO2. En comparación con éste, el metano atrapa hasta 86 veces más calor en 20 años, y 34 veces más en un siglo. Por ello, aunque el metano no permanece en la atmósfera tanto tiempo como el CO2, puede hacer subir las temperaturas rápidamente a corto plazo.
En 2020, el gas contribuyó al 35% de las emisiones mundiales de metano en 2020, según el Methane Tracker de la AIE. En su Escenario de Desarrollo Sostenible (SDS), alineado con París, la AIE afirma que las emisiones mundiales de metano deben disminuir un 70% de 2020 a 2030.
Además, el impacto climático global del gas aumenta por las fugas de metano durante la producción, el transporte y la distribución, conocidas como emisiones "fugitivas".
Cuando estas emisiones fugitivas alcanzan más del 3,2%, las plantas de gas tienen un ciclo de vida de emisiones de GEI más alto que el carbón. Y el GNL tiene una mayor huella de GEI, debido, sobre todo, a que su transporte a larga distancia añade aproximadamente un 25% más de emisiones de CO2.
Diferentes estudios indican las emisiones de metano procedente del gas se han estado subestimando: hasta en un 60% en EEUU y entre un 25 y un 40% a nivel mundial.