La contundencia de la frase de Óscar Bartomeu tiene sentido en un momento en el que industrias, administraciones públicas, organismos científicos y sociedad en general hablan abiertamente de la economía circular. Nada como el biogás agroindustrial ejemplifica la aplicación práctica de este término, ya que aprovecha residuos ganaderos altamente contaminantes y emisores de gases de efecto invernadero para convertirlos en energía (biocombustible, calor y electricidad) y fertilizantes orgánicos. A esos desechos se suman otros agrícolas y de las industrias agroalimentarias.
El reportaje de Pepa Mosquera en el número de junio de Energías Renovables repasa y explica todas las penalidades que sufre el biogás agroindustrial en España, es decir, aquel que procesa y aprovecha residuos agrícolas, ganaderos y alimentarios sobre el terreno, cerca o dentro de los procesos e industrias donde se generan. España está a la cola de este tipo de biogás en Europa, lo dice la Asociación Española de Biogás (Aebig), su homónima europea y los barómetros de EurOberv’ER, que año a año reflejan la producción en los países de la Unión Europea. Por no hablar de la nula regulación sobre la inyección de biometano (biogás purificado) en la red de gas.
Sin necesidad de sacar mucho el látigo de la autoflagelación exhibiendo la cifra de plantas frente a Alemania o Italia (con miles de ellas), la incredulidad sube igualmente de tono cuando se comprueba que Suiza tiene 620, Francia 610, Austria 436, Polonia 206, Dinamarca 115, Finlandia 81, Hungría 70… y, sí, ya nos vamos acercando a España, que en el furgón de cola exhibe 35 instalaciones.