javier garcía breva

La historia jamás contada

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Finaliza la cumbre de Rio+20 confirmando el fracaso anunciado que persigue a todas las cumbres contra el cambio climático. Antes porque eran tiempos de bonanza, ahora por la recesión; pero los veinte años transcurridos se resumen en una sola palabra: incumplimientos. Ahora volverán a correr ríos de tinta sobre el desarrollo sostenible y explicaciones oficiales donde la complacencia oculta que este problema ya no les ocupa ni preocupa hasta la próxima cumbre. Y los actos continuarán contradiciendo las palabras. En las mismas fechas, los estados miembros de la UE han consensuado la nueva directiva de eficiencia energética rebajando sus objetivos de manera que si no se toman otras decisiones ya no se alcanzará el objetivo de ahorrar un 20% el consumo de energía en 2020, incumpliendo así los propios compromisos que el Consejo Europeo aprobó en 2007.

La Comisión Europea ha expresado en sendos documentos su temor a que se contraiga la inversión renovable por las medidas regulatorias retroactivas y de moratoria como las impuestas en España y ha denunciado la falta de competencia y la retribución extraordinaria de las eléctricas como determinantes de nuestro déficit tarifario. Precisamente cuando conocemos a través del PNUMA y de REN 21 que las renovables son la primera inversión energética en el mundo, habiendo crecido un 94% desde 2007 y representando el 50% de toda la nueva potencia instalada. Dan trabajo a más de cinco millones de personas y el empleo es el principal motor para las futuras inversiones.

¿Por qué estas contradicciones? En primer lugar, tanto el actual Gobierno como el anterior han acudido a las cumbres contra el Cambio Climático a defender las renovables después de aprobar medidas para frenarlas descalificándolas  como el mayor riesgo para el sistema. La falta de coherencia política, o lo que es lo mismo, hacer lo contrario de lo que se dice, es la mayor barrera para el ahorro de energía y las renovables. En segundo lugar, la falta de ética de la energía, o lo que es lo mismo, dejar que los graves problemas de un modelo energético basado en el gas, el carbón, el petróleo y la nuclear se carguen a las futuras generaciones aunque sea a costa de su economía y calidad de vida. Esta actitud cortoplacista e interesada hace que el primer problema no sea el cambio de modelo sino cómo garantizar a las eléctricas elevados ingresos para devolver su elevada deuda en un contexto de descenso del consumo por la crisis y con la misma regulación de hace quince años.

El mero hecho de eliminar el déficit de tarifa no va a garantizar la sostenibilidad económica del sistema, ni eliminando las renovables; se necesita un cambio de modelo energético partiendo de cero que garantice una mayor autosuficiencia energética con un plan vinculante de ahorro y eficiencia energética y uso masivo de renovables para reducir las emisiones de CO2.

El abandono de la lucha contra el cambio climático no puede ser la historia que jamás podamos contar a las generaciones futuras de por qué les dejamos la pésima herencia de los combustibles fósiles y la energía nuclear cuando podríamos haber hecho lo contrario. Lo que se confirma es que la política ya no sirve para cambiar el modelo energético y tendrán que ser los ciudadanos quienes lo exijan.

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