panorama

Por Pedro Costa Morata, ingeniero, politólogo y periodista

Fusión nuclear: del Grial energético al empeño autodestructivo

5
Frente a los cantos de sirena mediáticos haciéndose eco de los “recientes” –y científicamente opinables– avances en Estados Unidos con esta fuente de energía, una crítica desde la experiencia histórica reciente y la mirada ecológica. Es un artículo de Pedro Costa Morata, ingeniero, politólogo y periodista, que se publicó el pasado 19 de diciembre en El Salto.
Fusión nuclear: del Grial energético al empeño autodestructivo
Pedro Costa Morata

Así de claro: hacia 1975, cuando la revuelta antinuclear rechazaba en todo Occidente las centrales nucleares de fisión, se nos dijo que sí, que eran imperfectas, pero que, en cuestión de unos años, hacia 1985, ya habría fusión nuclear, perfecto hallazgo del esfuerzo científico de la humanidad. Llegó 1985 y, como no hubo nada, más allá de inversiones cuantiosas en dos o tres instalaciones que no llegaban ni a prototipos, se desplazó para el mágico año 2000 tan espectacular promesa. En la transición entre siglos tampoco hubo novedad y entonces se cifró el momento para esa energía —siempre calificada de inagotable, limpia y barata— en el 2015 o así, años en los que continuó el silencio y ya dejaron de hacerse previsiones. Hasta hoy, cuando de nuevo resurge esta serpiente energética con la crisis, cuando se quiere hacer tabla rasa de esa historia de promesas interesadas ¡con las mismas notas de siempre!

Los críticos de la manipulación del átomo, del juego peligroso con las radiaciones ionizantes y del empeño en el crecimiento indefinido, sea energético, sea económico, insistíamos en que esa promesa tantas veces formulada era, a más de engañosa por contraria a las leyes de la naturaleza —concretamente las de la física— inevitablemente estúpida, por ignorar las limitaciones del planeta, de sus recursos y, en consecuencia, de sus expectativas.

Tratando de resumir esta “novedad esperanzadora” de una “energía ilimitada, limpia y barata” pueden revisarse estas realidades, tanto derivadas de la historia como de la ciencia y la tecnología, pero sobre todo de la naturaleza y sus leyes, así como de la crisis ecológica global. Así que lo primero que hay que decir es que promesas como esta de ahora las venimos recibiendo desde los años 1970, con la “explosión” de la fisión nuclear (aunque la estulticia general que provoca se data veinte años antes), sin avances sensibles ni creíbles.

En segundo lugar, y reafirmando lo anterior, persiste, inevitablemente, la imposibilidad de dar fechas realistas para gozar de tan fausto anuncio, adelantando, sin fundamento alguno, plazos de años, decenios... Y hasta el erudito, pedagógico y amistoso Manolo Lozano Leiva, catedrático de Física Atómica, que he conocido entusiasta hasta el fanatismo de la bondad del átomo, se muestra dubitativo, inseguro y hasta irónico al atribuir (con la razón de la experiencia) a la algarada de esta vez ni más ni menos que unos 40 años para alcanzar la producción comercial de electricidad (aunque podría haber aludido a 80, tan etérea es la especie propalada). Ni idea de cuándo, pues, es lo que debieran reconocer unos y otros.

A continuación, hay que someter a dudas radicales la esencia del éxito difundido, eso de que por primera vez se ha logrado una “ganancia neta”. O sea que, en el proceso de fusión, por intermedio de un potentísimo láser, “se ha obtenido más energía de la empleada”. Esto es imposible, en principio, en la naturaleza, pero incluso cuando el balance energético estrictamente perseguido parece ser así (trasladándonos de una forma energética a otra), se ignora sistemáticamente el ciclo completo de los materiales utilizados, con las (generalmente) altas exigencias energéticas de su procesado.

La cuarta nota es que la fusión nuclear pretende, desde siempre, mantener vivo el mito de la energía inagotable, del movimiento perpetuo, de la piedra filosofal que abre caminos extraordinarios, cuasi sobrenaturales, cumpliendo sueños (pretendidamente) anhelados por la humanidad. No solo se olvida que la “energía ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma”, sino que esa perspectiva de un recurso sin fin pretende basarse en la abundantísima presencia en el agua del hidrógeno, en cuyos átomos, o isótopos, se basa la reacción de fusión. Y se dejan de lado las limitaciones de los numerosos materiales que han de ponerse en danza en unos sistemas energéticos que necesitan de cientos de millones de grados para lograr su fin. También aquí, como en el caso del “hidrógeno verde”, la obtención de este elemento es altamente energética. Hay que tener en cuenta, además, que en un momento de crisis energética provocada por las sanciones a Rusia de Occidente, con encarecimiento e incertidumbre, ofrecer una promesa de energía “ilimitada” es de lo más sospechoso, por lo oportunista; y se reconduce por el camino contrario al que debieran señalar las circunstancias: o sea, que hay que consumir menos energía y de las formas menos peligrosas y conflictivas.

Que la fusión nuclear es —¡por fin!—una energía limpia y segura es de lo más tierno. Que no hay radiactividad, que no se producen residuos radiactivos, que el proceso está confinado… Milongas incomprensibles en las que persiste esa “gran ciencia” del sobredimensionamiento material, la voracidad energética, la peligrosidad tecnológica derivada de su altísima complejidad, las exigencias de hiperfinanciación… y las crecientes necesidades de convencer a la gente para que la acepte.

Moda y servidumbre de los tiempos, la principal ventaja ambiental que se atribuye a esta energía de fusión es la de que no emite carbono y, por lo tanto, posee la providencial ventaja de combatir el cambio climático. Una estupidez de envergadura, semejante a la que cometen los que atribuyen al coche eléctrico la salvación climática. Primero porque, de nuevo, el ciclo completo material-energético implica enormes emisiones de CO2 y, segundo, porque ¿qué y cuánto importa a las instituciones científicas (no digamos las políticas) internacionales el carbono, su huella y el efecto invernadero? Las grotescas reuniones climáticas de las COP lo dicen claramente: casi nada. La saga de la fusión no pertenece a empeño alguno por reducir la huella del carbono o la amenaza climática, sino que persigue un (vulgar) mundo prometedor de inversiones y de resultados, a partir de un colosal gasto público.

El séptimo punto sería ese, precisamente, el de sus costes astronómicos, lo que sin embargo se quiere trivializar bajo la espectacularidad de sus otras dos notas —inagotable y limpia— que fuerzan a la adhesión entusiasta, acrítica por supuesto. La trampa económica viene apoyada en que todo esto —investigación de género militar, pruebas sin verdadera confirmación, alucinaciones científicas— lo cubre el dinero público, lo que lleva a un estruendoso escamoteo de costes, a cálculos sin relación con la realidad y al escaso entusiasmo en un sector, el eléctrico, que pretende seguir siendo privado y que no puede olvidar el gigantesco descalabro de los proyectos nucleares de fisión de los años 1970 y 1980.

Es muy bueno, también, el eslogan de que la fusión es “la energía del futuro”, sobre todo porque omite definir de qué futuro se trata. En cualquier caso, este es el elemento de mayor optimismo de todo el enunciado triunfalista de la fusión nuclear y, al mismo tiempo, el más cínico, ya que viene a formularse en un momento histórico que se ha de describir como un eslabón consecuente con la catastrófica cadena de fracasos de nuestra historia, fracasos entre los que sobresale el energético-ambiental, que lleva al planeta, es decir, a toda nuestra “civilización”, al hundimiento. Los enloquecidos propagandistas de la fusión prefieren no imaginarse cómo serán nuestros países —social y ambientalmente hablando— en 40 años, si es que tomamos esta cifra para contentar a los más optimistas. Y, si fuesen capaz de razonar con normalidad, tendrían que convencer de que es precisamente la fusión nuclear la que puede mejorar en algo sustantivo esa palpable e incontenible deriva hacia el desastre.

En penúltimo lugar hay que subrayar el empeño de la mayor parte de los medios de comunicación en seguir creyendo en estas “novedades”, sin reparar en su carácter de “dosificación manipulada”, tanto por su frivolidad científica como por el oportunismo político evidente, haciendo tabla rasa del necesario espíritu crítico y de su pretendida sensibilidad ambiental cuando les llega un asunto con mucho de milonga, como éste. Un papanatismo indemne al paso del tiempo, con sus chascos asimilables a una tomadura de pelo, y que ignora cualquier sociología de la ciencia.

En último lugar (y sin dar por concluido el recuento de la nutrida farsa de la fusión), estos últimos hallazgos publicitados por el laboratorio Livermore, de California, son neto producto de la investigación para la guerra, ya que se trata de una institución creada y dedicada al trabajo con armas nucleares, en este caso termonucleares, o bombas de fusión, con muy generosa financiación pública, aunque gestionada por manos empresariales. Asistimos, pues, a ese avance incontenible de la ciencia física, en su versión atómica, tocada por la guerra y la muerte desde hace tiempo, pretenciosa y necrófila, que acumula sobre sus espaldas, desde la Segunda Guerra Mundial (Barry Commoner dixit) una parte significativa del desvarío de la humanidad, secuestrada por esas manos privilegiadas de cofrades científico-militares ajenos al bienestar global y a la seguridad de las personas, manejados como están por implacables intereses político-hegemónicos. Que también la fusión nuclear es una energía maldita, y ningún relanzamiento político o enajenación científica podrá evitarlo: será rechazada, como la de fisión, allá donde las sociedades retengan un mínimo de libertades públicas, y no conocerá la paz ni el reconocimiento.

(Esta nueva irrupción de la “energía de las estrellas”, como dice la propaganda, se produce, en esta coyuntura terrible de 2022, en un marco obsesivo de consumo, suministros y reservas en relación con los hidrocarburos causantes de gran parte de las desdichas del planeta, así como con multiplicación de proyectos que, como los relacionados con el “hidrógeno verde”, los parques eólicos, las plantas fotovoltaicas o las nuevas centrales hidroeléctricas, auguran una gran oleada de conflictos, ya que se hace necesario combatir este panorama insensato que nos desliza, aceleradamente, por el camino de las catástrofes, tanto ambientales como sociales).

• Entrevista a Pedro Costa Morata, que publicamos en el número 5 de Energías Renovables en papel, en marzo de 2002, y que puedes descargar aquí.

Añadir un comentario
Fukushima4ever
Ya le escuché en 1978 dar una charla en la Facultad de CC Químicas hablando con tremendo conocimiento y espíritu crítico de la industria de la fisión nuclear. El tiempo no ha hecho más que darle la razón en todos sus planteamientos. Poco se hablaba entonces de la fusión y mucha tinta (solo tinta) ha corrido sobre ella desde entonces. Es evidente el engaño que en oportunas dosis vierten los interesados en seguir haciendo creer en esta tecnología. En algo ni siquiera pueden engañar: aún en las previsiones más optimistas, para cuando esté disponible, dónde nos habrá llevado el cambio climático?
Federico
Un concierto de medios canta al unísono que una tecnología punta nos dará todo lo que necesita el mundo para dentro de X décadas, eso sí, a cambio de construir un monstruo devorador de dinero público, es decir un gigavater por el que se puede ver cómo y por dónde entra nuestro dinero, pero que una élite de magos de la física se encargará de derivar, con ayuda de la pseudociencia mediática, hacia los altares del engaño, el intervencionismo sectario y la soberbia ciega de negros intereses .

Y el posibilitador de éste acto de fe arrebate cualquier otra opción de visión de futuro es que el CO2 es el causante del cambio climático
Miguel
La fusión nuclear está en fase de investigación.. y aún le quedan muchísimos años en esta fase. Controlar una ignición es tremendamente complicado por la alta temperatura necesaria. Después vendría la fase de gestión de la energía obtenida.
Eduardo
La fusión nuclear es un proceso que está teniendo lugar permanentemente en el Sol y que produce una energía radiante (la radiación solar) con una potencia de 63,2 MW/m2 en la superficie del Sol, aunque a la superficie terrestre solo nos llegue (debido a la distancia entre el Sol y la Tierra) con una densidad energética de aproximadamente 1kW/m2, lo que a nivel global equivale a varias miles de veces el consumo mundial total de energía primaria en la Tierra y permite mantener la vida en nuestro planeta. Por lo tanto, la fusión nuclear existe y es una realidad en el Sol. Otra cosa diferente es que en la Tierra seamos algún día capaz de reproducir las condiciones necesarias para realizar la fusión nuclear de forma comercial.
Ángel Ganivet
La posibilidad de la fusión hay que seguir trabajando en ella como alternativa positiva de la ciencia nuclear, la realidad académica nos indica que, en esta década no será una opción comercial para el sistema eléctrico.
Baterías con premio en la gran feria europea del almacenamiento de energía
El jurado de la feria ees (la gran feria europea de las baterías y los sistemas acumuladores de energía) ya ha seleccionado los productos y soluciones innovadoras que aspiran, como finalistas, al gran premio ees 2021. Independientemente de cuál o cuáles sean las candidaturas ganadoras, la sola inclusión en este exquisito grupo VIP constituye todo un éxito para las empresas. A continuación, los diez finalistas 2021 de los ees Award (ees es una de las cuatro ferias que integran el gran evento anual europeo del sector de la energía, The smarter E).