Escribía Antonio Machado en su obra Juan de Mairena que “todo necio confunde valor y precio”. La frase, con más de 90 años en esta acepción, pero seguramente más antigua, viene que ni pintada para explicar el desequilibrio renovable que vivimos y que convendría recordar en los debates sobre el apagón.
El desequilibrio entre tecnologías nos ha llevado a un desequilibrio de precios que venimos sufriendo desde hace años y que, si no trabajamos activamente para incentivar la electrificación, seguiremos padeciendo. Esto se ha producido porque una tecnología, la fotovoltaica, con su increíble reducción de costes, se ha impuesto al resto. En el período 2009-2023, según Lazard, la fotovoltaica redujo sus costes en un 83%. ¿Un ejemplo claro? El iPhone más moderno cuesta hoy 1.300 euros. Lo de la fotovoltaica es como si el iPhone más caro de 2040 lo vendieran por 220 euros. Increíble, ¿verdad?
Desde 2022 (hasta abril de 2025) hemos incorporado 18.600 MW de fotovoltaica conectada a red. A ello se suman más de 6.000 MW de autoconsumo en ese mismo periodo. En total, 24,6 GW de fotovoltaica que genera en las mismas horas. ¿El almacenamiento instalado? Pues las nuevas instalaciones de baterías suman menos de 25 MW. En perspectiva, menos del 0,1% de la fotovoltaica conectada.
Esto, unido a una demanda plana o en contracción, nos ha llevado a que el año pasado experimentásemos en torno a un 9% de horas a precio cero o negativo. Una pésima noticia para el futuro desarrollo. El desequilibrio es doble: entre tecnologías (24,6 GW de fotovoltaica frente a 3,6 GW de eólica y muy poco del resto) y entre oferta y demanda.
Desde la Asociación llevamos años denunciando estos desequilibrios. El problema no es que la fotovoltaica se haya desviado de la planificación: es la única que alcanzará los objetivos. El problema es que el resto –electrificación, demanda y almacenamiento incluidos– no avanza al ritmo previsto por el PNIEC. Y ahí sí debemos reclamar medidas correctoras. Las Administraciones, con el Gobierno a la cabeza, deben incentivar –o al menos no paralizar– las tecnologías que hay que impulsar. Y apostar claramente por una estrategia nacional de electrificación y almacenamiento. Es aquí, en esa apuesta, donde entra el apagón del 28 de abril.
Nuestro sistema eléctrico es fiable. Muy fiable. Y decirlo tras un apagón puede parecer irónico, pero no lo es. Antes del corte prolongado de servicio, las interrupciones se medían en minutos y segundos… al año. Hay que ponerle muchos “nueves” al 99,9…% para dimensionar la fiabilidad de nuestro sistema. Al menos, hasta el apagón.
En estas semanas hemos oído muchos debates sobre lo ocurrido y sus causas. Se ha hablado de inercia, firmeza, grid-forming… Y, cómo no, también de críticas interesadas al papel de las renovables. Nihil novum sub sole. Los que llevamos años en esto tuvimos que explicar en su día que la fotovoltaica no genera de noche con generadores de gasoil, o durante Filomena publicábamos a diario el porcentaje renovable del mix porque se culpaba a las renovables de no generar con nieve. Algo tan fácil de refutar como consultar los datos de REE.
Estas semanas se ha culpado a las renovables, a la fotovoltaica, al alto porcentaje renovable… fake news, bulos, o más castizamente, paparruchas. Aún no hay conclusiones. Y si era cierto que no se podía garantizar que no volvería a pasar sin saber qué había pasado, tampoco se podían señalar culpables sin esa información.
Lo que sí podemos afirmar es que existen renovables que aportan firmeza, seguridad, gestionabilidad y estabilidad a la red. Que fue la hidráulica la que levantó la red aquel día. Y que la biomasa eléctrica, los residuos, la solar termoeléctrica o la minihidráulica (sí, también la minihidráulica), proporcionan generación síncrona y gestionable. No necesitamos un renacer nuclear, ni más centrales de gas de las que ya hay: necesitamos apostar por esas otras renovables gestionables. El valor que aportan es alto. Y debemos dejar de instalar sólo pensando en el precio. Demostremos que no somos necios.
