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USA, ¿en camino a Copenhague? (ER80)

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Joaquín Nieto
Presidente de honor de Sustainlabour
jqn.nieto@gmail.com

La aprobación del proyecto de de ley para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero por la Cámara de Representantes de los Estados Unidos es un acontecimiento de gran relevancia. Es la primera vez que los parlamentarios norteamericanos se pronuncian en esa dirección. Conviene recordar que cuando en 1997 la Administración Clinton-Gore firmó el Protocolo de Kioto, por el que su país recomprometía a reducir las emisiones un 7% en el período 2008-2012 en relación a 1990, se encontraron con tan pocas posibilidades de lograr su ratificación por los representantes legislativos que acabaron por renunciar a intentarlo, dejando el camino abierto para que Bush rechazara abiertamente el Protocolo a pesar de haber participado hasta el último minuto presionando a la baja en las negociaciones sobre sus reglas de aplicación acordadas en Marrakech cinco años después por todas las partes, Estados Unidos incluido.

Conviene también tener en cuenta que ese rechazo al Protocolo de Kioto era compartido por la gran mayoría de la sociedad norteamericana, no tanto por ignorar el cambio climático, sino más bien intuyendo tal vez que el american way of life podía ser ciertamente responsable de la concentraciones de emisiones en la atmósfera y del calentamiento global y que lo que la agenda climática pondría en cuestión es precisamente esa manera excesiva de producir y consumir energívoramente. Hasta que el huracán Katrina asoló la ciudad de Nueva Orleans, rompiendo los diques del Mississippi, dejando miles de víctimas, decenas de miles de empleos destruidos y miles de millones de dólares de pérdidas económicas… quebrando el sueño americano y amenazando con convertirlo en pesadilla.

Aquel acontecimiento abrió un proceso de cambio en la percepción norteamericana respecto al cambio climático que fue madurando hasta la llegada de Obama, que llevaba en su programa electoral la consideración de la agenda climática y la vuelta a las negociaciones multilaterales. Con su negativa a ratificar el Protocolo de Kioto Estados Unidos se había quedado aislado, demasiado aislado, del resto del mundo, pesando cada vez menos en las decisiones sobre el clima y acumulando un retraso peligroso en las decisivas transformaciones económicas y tecnológicas que se van a producir en todo el mundo para orientar los modelos productivos hacia una economía baja en carbono. La sociedad norteamericana llevó a Obama a la Casa Blanca también para recuperar el terreno perdido en este campo.

 La vuelta de Estados Unidos a la agenda climática debería desembocar el próximo diciembre en Copenhague en un  nuevo acuerdo que de continuidad al proceso de Kioto después de 2012. Acuerdo que sólo será posible si Estados Unidos se compromete a reducir sus emisiones. Por eso es tan significativo el voto favorable al proyecto de ley.

Ahora bien, tal voto no significa que todo el camino esté despejado, ni mucho menos que ya se den las condiciones para un acuerdo en Copenhague. En primer lugar porque lo apretado de la votación --217 votos contra 205, impensable en Europa--  expresa que todavía existen importantes resistencias al cambio. En segundo lugar porque la reducción de emisiones, el 17% para 2020 en relación a 2005, en realidad no representa una reducción de emisiones respecto a 1990 sino su estabilización, pues ese 17% se corresponde con los mil millones de toneladas que han crecido sus emisiones desde entonces.

Tal objetivo está muy alejado de la reducción recomendada por la comunidad científica para los países industrializados –entre el 25% y el 40% para 2020 en relación a 1990– y de los compromisos asumidos la Unión Europea, que ya ha decidido reducir sus emisiones en un 20% para 2020 respecto a 1990 y está dispuesta a elevar la reducción al 30% si hubiera un acuerdo en Copenhague. Tampoco China, Brasil y los demás países emergentes –que han expresado su voluntad de reducir la intensidad en emisiones de sus economías, aunque no todavía un límite obligatorio– aceptarían un acuerdo por el que Estados Unidos sólo se comprometa a estabilizar sus emisiones, menos aún si no hay mecanismos claros de financiación para los esfuerzos de mitigación y las necesidades de adaptación al cambio climático de los países en desarrollo.

Así pues, la decisión norteamericana se inscribe en la buena dirección, al igual que lo es su decidida apuesta por las energías renovables y la economía verde, pero es claramente insuficiente para construir las bases de un acuerdo en Copenhague que, limitando seriamente la concentración de emisiones de gases de efecto invernadero que está calentado el planeta, evite por bien de la humanidad un cambio climático catastrófico.

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