Hoy toca hablar de subastas de energías renovables, ya que en España, como en otras muchas cosas, somos de lo más creativos. No tendremos grandes productores de tecnologías, no nos gastamos mucho en I+D+i, pero con la política regulatoria hemos perdido el gran posicionamiento que teníamos en las renovables hace unos años y actualmente somos el mal ejemplo a seguir por el mundo en su regulación. Cuando un país ha querido saber cómo se crece, se fijaba en países como Alemania, pero si alguien quiere saber cómo paralizar un sector como el fotovoltaico, tiene que seguir las enseñanzas regulatorias que han inventado los españoles.
Como ejemplo tenemos el caso del autoconsumo. Hace unos días veía un reportaje en el que nuestros vecinos de Portugal decían lo bien que les iba ahora con el autoconsumo y prácticamente se reían de la regulación española al respecto.
En el caso de las subastas, España también está a la cabeza de la creatividad ya que, de toda la vida, incluidos los temas del mercado eléctrico, una subasta era una cosa en la que se repartían los cupos en función de cuánto más barato fuera el kWh producido, eso sí, con el toque marginalista correspondiente. Pues en España no era necesario ser como los demás, ya que para ver quien se ha llevado la subasta del pasado 17 de mayo, lo que primaba era ofrecer el menor sobrecoste unitario al ordenar todas las ofertas, con independencia de la tecnología, o sea de menor a mayor valor del término “sobrecoste unitario” (SCU). Innovación pura. Las instalaciones adjudicatarias eran aquellas que tenían un menor SCU –con respecto a un número de horas de producción de cada tecnología, fijadas por el Gobierno–, con el que esa instalación genere al sistema eléctrico, hasta llegar al límite de potencia a subastar.
Como se puede ver, un sistema muy complicado para intentar ocultar que la mal llamada concurrencia competitiva, está llena de trampas para la gran mayoría de las tecnologías y que tenía poco de competitiva, no asignándose la potencia a las tecnologías que tenían un coste unitario menor de la energía producida.
La teoría regulatoria antes del invento de este tipo de concurrencia competitiva, consistía en que la diferencia que se establecía entre el Feed in Tariff y la subasta, era de que con el FIT se fijaban por el regulador los precios para cada una de las tecnologías y la potencia a instalar dependía del mercado, mientras que para el caso de las subastas, lo que se determinaba por el regulador era la potencia a instalar y era el mercado el que fijaba los precios. De ahí tendríamos el tema de la competencia.
Pero en esta nueva forma de regulación, además se ha introducido una nueva variable de salida, ya que mediante una serie de parámetros (retribución a la inversión, porcentaje de reducción sobre el valor estándar de la inversión inicial, horas de funcionamiento según el Gobierno…), además lo que se consigue, es que una de las tecnologías resulte ganadora sí o sí, evitando la concurrencia del resto.
Pues esto es lo que ha ocurrido con la subasta de energías renovables en España, que una tecnología de ha llevado el gato al agua (99,3% del total), ya que la eólica se ha adjudicado en la subasta 2.979 MW de los 3.000 MW en juego, al ser la que más energía produce por unidad de potencia instalada (no la que es más barata por kWh producido).
Eso sí, la fotovoltaica se ha llevado de la subasta 1,037 MW (0,03% del total), para que no se diga que no se ha llevado nada. Qué oportunidad perdida para esta gran tecnología.