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Menos producción, menos precio, menos clientes (ER 94)

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Tomás Díaz
Periodista
tomasdiaz@energias-renovables.com

A las eléctricas no les gusta la fotovoltaica; a varias, tampoco las demás renovables; no paramos de escuchárselo. Eso sí, todas suman fuentes limpias a su parque de generación, la solar incluida, aunque preferiblemente en otros países. Puede parecer hipocresía, pero no lo es, porque el desarrollo de la tecnología en España rema directamente en contra de sus intereses, al menos tal y como están planteados en la actualidad. Y no se trata de la supuesta carestía fotovoltaica ni del déficit tarifario, porque les da igual el precio de la energía que produzcan, siempre que les salga rentable y se les pague como corresponde. Las razones, en realidad, son otras:

Primera: el crecimiento fotovoltaico implica pérdida de producción eléctrica convencional. Este es un fenómeno común a todas las renovables, que tienen prioridad por ley: cada kilovatio solar inyectado en la red evita que se inyecte uno convencional, de modo que las empresas que producen electricidad con tecnologías convencionales ganan menos porque venden menos.

Segunda: la fotovoltaica produce más al mediodía –cuando más luce el sol– y ello coincide con una punta de demanda eléctrica. Como oferta a precio cero en el marginalista mercado eléctrico, el precio de casación de esa punta es inferior al que sería sin ella; es decir, la fotovoltaica provoca que los kilovatios convencionales, justo cuando el precio es más alto y hay mayor margen comercial, se vendan más baratos.

Tercera: en muy poco tiempo a los españoles nos resultará más barato instalarnos paneles y consumir nuestra propia electricidad que comprársela a las eléctricas, con lo que éstas perderán clientes. Los números indican que esto ya ocurre en las islas Canarias y el Gobierno ha anunciado que aprobará una normativa sobre autoconsumo durante el primer semestre del año que viene.

La fotovoltaica también plantea a las eléctricas otros problemas técnicos, como la gestión de las redes de distribución o el sufrimiento de las centrales de gas –operan respaldando el sistema cuando se diseñaron para hacerlo en base–, pero no tienen, ni de lejos, el calado del trío que forman producción, precio y clientes. Y no hay fácil solución.

Para la pérdida de producción, las eléctricas pueden incorporar la solar a su parque de generación particular, como hicieron con la eólica. Resulta sencillo con los grandes huertos, pero no con las pequeñas instalaciones. Además, debemos tener en cuenta que en España sobra potencia convencional, de modo que tienen muchas centrales paradas o infrautilizadas y les conviene más usarlas que desarrollar fotovoltaica.

El precio, por su parte, exige otro modelo de mercado eléctrico, con otros mecanismos de casación y traslado de costes, pero nadie sabe realmente cómo encarar el asunto. No obstante, es algo necesario, a menos que deseemos que el precio de la luz sea cero –teóricamente gratis– cada vez con más frecuencia.

Respecto a los clientes, ofertarles sistemas solares y gestionar su energía excedentaria sería una magnífica forma de fidelizarlos durante las tres o cuatro décadas de vida útil de la instalación, mas no evitaría una fuerte mordida en los ingresos y podría ser competencia desleal con el existente Sector Fotovoltaico español.

Porque no podemos olvidar que existe un Sector Fotovoltaico español al que no pertenecen las eléctricas, o sólo testimonialmente. La irrupción de la tecnología hace tres años las pilló con el pie cambiado; no prestaron atención –no se lo creían, como tantos otros– y dejaron pasar el tren. Cuando se quisieron dar cuenta, se estaba cimentando un nuevo modelo energético y había cientos de pymes arrancándoles una importante y creciente porción de negocio.

Evidentemente, la forma más sencilla que tienen las eléctricas para solucionar la amenaza fotovoltaica es acabar con la tecnología en España y destruir su Sector. Si no lo consiguen, porque no se puede volatilizar el progreso, cuanto más retrasen su implantación, mejor para ellas y su oligopolio. Y peor, mucho peor, para los consumidores, que somos todos los demás.
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