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“Producto financiero” (ER 86)

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Tomás Díaz
Director de Comunicación de la Asociación de la Industria Fotovoltaica (ASIF)
tdiaz@asif.org

Algunos repiten con cierta frecuencia la expresión “la energía solar es un producto financiero” para menospreciar a la fotovoltaica, la térmica y la termoeléctrica. Me resulta muy curioso, porque, por mucho que busque y rebusque, no le encuentro ninguna connotación negativa ni a la palabra “producto” ni a la palabra “financiero”, ni la hallo tampoco cuando –por si acaso– pongo las dos juntas. Y dudo mucho que en el Santander, el BBVA, La Caixa o cualquier otra entidad similar se la encuentren.

Sin embargo, está claro que en el entendimiento de mucha gente ser un producto financiero es algo malo, muy malo. Quizá sea por efecto de las trapazas de Bernard Madoff y otros malandrines de cuello blanco, que nos han metido en la crisis actual con sus inextricables tejemanejes en los mercados de capitales. Pero lo dudo mucho, porque el origen de la expresión es anterior.

La coletilla de marras es una paráfrasis de “las renovables son un producto financiero”, que, al parecer, comenzó a hacer fortuna, un lustro atrás, en boca de Antonio Fernández Segura, un Secretario General de Energía de infausto recuerdo, el cual la usaba para descalificar a las energías limpias. Seguramente, para Fernández Segura y para muchos de los que cacarean su muletilla, la energía debería seguir siendo lo que ha sido siempre: carbón, petróleo, nuclear, gran hidráulica, gas… Y nada más.

A diferencia de otros, no creo que suela esconder una alusión al modelo de “project finance” (financiar un proyecto con un crédito avalado por los ingresos que generará el propio proyecto), porque muchos de los garladores son cultos, y el “project finance” es un viejo amigo de numerosísimas ramas industriales.

Normalmente, al escucharla, reflexiono sobre la participación popular –miles de particulares únicamente reciben rentas dinerarias de su inversión en energía solar–, así como en las implicaciones sociales ulteriores de esa participación, aparentemente pasiva. Pero descarto la idea de que se refieran a ello, excepto los charlatanes más clasistas y retorcidos.

A veces –los que también la hayan oído me lo tienen que reconocer– se detecta un leve tufillo socarrón de elitismo ingenieril: muchas  aplicaciones solares, comparativamente sencillas, “no son auténticas obras de ingeniería”. Puerilmente, se olvidan del reto tecnológico que supone integrarlas masivamente en el sistema energético y, en cualquier caso, de la tecnología punta de la industria manufacturera.

Eso sí, me rebelo visceralmente cuando la frase “la energía solar es un producto financiero” suena a perversión lingüística destinada a criticar la política de fomento de las solares –y por extensión de todas las demás renovables–, porque está desarrollando nuevas tecnologías que no se ajustan a los modelos centralizados y verticales de los oligopolios energéticos, o porque beneficia a empresas y entidades que eran ajenas al negocio energético tradicional. ¡Bendito producto financiero!

En fin, no quiero acabar sin confesar que me resulta extraordinariamente irónico que una expresión usada hace cinco años para denostar a las renovables en general y a la eólica muy en particular –porque entonces sólo descollaban los molinos–, acabe siendo parte del discurso habitual de auténticos líderes eólicos mundiales.
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