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El Coco y el Recoco (ER 89)

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Tomás Díaz
Director de Comunicación de la Asociación de la Industria Fotovoltaica (ASIF)
tdiaz@asif.org

Durante algún que otro siglo, en la Roma de los césares, las matronas usaban la expresión “¡Que viene Aníbal!” para asustar a los niños díscolos y conseguir que les obedeciesen. La tradición hispana otorga esa misma función al Hombre del Saco, al Sacamantecas o, sencillamente, al Coco. El Ministerio de Industria, Turismo y Comercio (MITyC), buen conocedor de la técnica, gusta de utilizarla cada vez que llega el momento de cambiar la regulación de las energías limpias; eso sí, la ha depurado, añadiéndole la figura del Recoco.

El mecanismo no es complicado: al comienzo de la negociación, el MITyC airea el Coco, naturalmente “inasumible” para las empresas, que cargan contra él, acusando al regulador de causarles grave perjuicio económico. Así pasan algunas semanas –la tramitación de la nueva regulación avanza– y, cuando las aguas comienzan a calmarse, el MITyC saca de las cloacas el Recoco: algo mucho más terrible que el Coco original, y realmente  “inasumible”, puesto que comporta el desastre para la mayoría de las empresas.

Al aparecer el Recoco (boca babeante, pústulas en las mejillas, ojos inyectados de sangre…), las empresas se rasgan las vestiduras y lanzan toda su artillería mediática contra el MITyC. Éste, muy dignamente, se enfunda el traje de defender los intereses nacionales y aguanta el envite, mientras que por dentro se desternilla: sabe que si la situación se torna peligrosa, bien porque el partido político gobernante empiece a sufrir desgaste político, bien porque se culmine la tramitación de la nueva regulación, aflojará.

Y cuando le toca recular, el MITyC adopta la pose del más benévolo de los papaítos, devuelve al Recoco a las sentinas y, graciosamente, concede el Coco original a las empresas, que ya no lo consideran tan “inasumible” como al principio. Al final, todos juntos, de una forma o de otra, salen en la foto con una sonrisa y esconden como pueden las magulladuras.

Fueran cuales fuesen el Coco y el Recoco de los anteriores cambios regulatorios, las cotizaciones de las empresas afectadas por el proceso se han mantenido relativamente estables. Con el primero, porque era algo asumible, y con el segundo, porque los mercados, aunque histéricos y especulativos, son un poquitín sabios y se olían el farol.

En el actual cambio regulatorio –sin disponer siquiera un borrador público de la nueva norma– el MITyC ha exhibido el espantajo de la retroactividad. No es la primera vez que lo hace, pero, en esta ocasión, las acciones de las empresas se han hundido. Los mercados se lo han creído y alguna empresa ha sufrido daño directo al tener que anular su salida a Bolsa. Con la coyuntura internacional que tenemos –Islandia se atreve a no pagar sus deudas y el Fondo Monetario Internacional rescata a países ricos como Grecia– cualquier cosa es posible.

La mera insinuación de aplicar retroactividad a las renovables es un obús contra la estabilidad del propio país. Aunque no nos guste, España está en la lista de países a batir de los mismos tiburones financieros que nos metieron en la crisis y que ya deberían estar en la cárcel. Ellos han canalizado una parte muy importante de la inversión que ha recibido el sector renovable español, que ronda los 30.000 millones de euros sólo en los últimos tres años. Desde el MITyC, inepta o interesadamente –es lucrativo comprar bajas las acciones para venderlas cuando hayan subido–, se les ha mandado nitidísimo el mensaje de que no se puede confiar en España.

Por cierto, señor Sebastián, si la retroactividad es el Coco, ¿qué Recoco tiene preparado en la fosa séptica? Se lo pregunto para ir buscando otro trabajo.

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