rafael barrera

La liebre y la tortuga

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La liebre y la tortuga

La demanda de energía eléctrica en España en 2023 registró un descenso del 2,3% respecto al año 2022, y el sistema eléctrico peninsular –un 95% de la demanda– se redujo un 2,5%. Estamos ante los consumos de energía eléctrica desde la red de suministro más bajos de los últimos 20 años.

Por su parte, la potencia instalada en España alcanza los 120.000 MW, el 60% de origen renovable; cuando, en el 2003, la potencia instalada en el mercado peninsular se situaba en poco más de 60.000 MW, con una penetración casi testimonial de fuentes renovables, que no alcanzarían a satisfacer ni el 8% de la demanda.

Sin embargo, el PNIEC establece como objetivos para el año 2030: elevar a 62 GW la disponibilidad eólica y a 76 GW la potencia fotovoltaica, lo que supondría instalar cerca de 100.000 MW adicionales a los que tenemos desplegados.

Es preciso recordar que el fin último de la transición ecológica es la electrificación de los consumos energéticos –sobre fuentes renovables– para reducir la emisión de gases de efecto invernadero un 32% en el año 2030, y alcanzar la neutralidad en emisiones de carbono antes del 2050. A estos efectos, si los consumos de energía de origen fósil no se abandonan progresivamente, lo mismo nos va a dar tener instalados 100.000 MW de energía eléctrica que 500.000 MW.

La oferta de energía renovable no proporciona el efecto descarbonizador que se persigue por sí sola, y no habría de considerarse como un indicador de éxito si no va acompañada de una demanda creciente. La disponibilidad de potencia renovable es premisa necesaria pero no suficiente para alcanzar los objetivos que se persiguen.

La creciente implantación de generación eléctrico–renovable es una realidad palmaria; mientras que la demanda de esta producción se está quedando en deseos y previsiones que no se verifican, sobre hipótesis de incrementos, quizá no realistas, de penetración del coche eléctrico, la climatización por bomba de calor, la implantación de instalaciones industriales y de proceso de datos con consumos intensivos, interconexiones, penetración del almacenamiento e hidrógeno verde.

En este escenario, y como ocurre en cualquier mercado en el que la oferta supera a la demanda de forma tan desmesurada, los precios del MWh se han derrumbado, y los precios a cero en las horas en las que se concentra la generación solar en combinación con la eólica se han sucedido, incluso han aparecido precios negativos, causando estupor en el sector productor, que contempla con preocupación cómo su mercancía no encuentra el mercado esperado y no se armoniza la oferta disponible con la demanda real.

Así pues, para que la descarbonización sea una realidad, es obligado estimular la demanda, fomentar la electrificación de los consumos energéticos de las empresas y de las familias; y, dado que el precio es en sí un atractivo reclamo, se requiere promocionarlo, porque los ciudadanos desconocen las dinámicas del sector, y no tienen certidumbre sobre los precios a futuro que, muy previsiblemente, se mantendrán en mínimos.

No olvidemos que no solo está en juego la mejora de nuestro medio ambiente y la salud pública en núcleos urbanos, sino que, en el caso de España, esta transición supone una gran oportunidad económica, por la ventaja competitiva en costes de producción que nos aporta, y para evitar la dependencia energética que desequilibra históricamente nuestra balanza comercial.

Sería interesante que se articularan apoyos decididos que permitan sustituir maquinarias de combustión por aquellas que se nutren de electricidad para dar servicio, tanto en el ámbito empresarial como en el doméstico; impulsar con fuerza el almacenamiento y las interconexiones, y determinar qué vectores de electrificación serán tecnológicamente efectivos para desplegar una política de Estado de electrificación. Evidentemente en todo esto se está avanzando; pero a ritmos insuficientes. En la oferta hemos sido liebres y en la demanda… tortugas.

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