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Energías renovables y/en espacios naturales

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Energías renovables y/en espacios naturales

En unos espacios como los que conforman las biorregiones situadas en la Península Ibérica, resulta difícil determinar qué espacios “naturales” deben ser “protegidos”. También se hace difícil argumentar por qué un determinado espacio natural disfruta del calificativo de protegido y otro no, y por qué un determinado espacio natural disfruta de un nivel concreto de protección.

La dificultad radica en que todos los espacios de la Península han estado sometidos desde antiguo a la acción humana, interactuado y haciendo uso de ellos, para aprovechar los bienes comunes naturales que los respectivos ecosistemas ofrecen de forma gratuita. Y la humanidad lo ha hecho para abastecerse de los servicios que hacen posible la vida en la Tierra. Y ha sido el uso/abuso que se ha hecho de estos bienes comunes lo que ha llevado muchas veces al agotamiento del bien común natural (por haberlo extraído en cantidades superiores a su ritmo de reposición) o a la alteración del equilibrio del sistema natural en cuyo seno se hacía el aprovechamiento (por no respetar la capacidad de carga de los sistemas naturales).

En España, la situación heredada de los años del franquismo y del desarrollismo se tradujo en graves agresiones a los sistemas naturales, culturales y sociales, que en parte continuaron durante la transición, en la cual se fomentó una política proteccionista de espacios aislados y/o de espacios emblemáticos. El resultado fueron pequeñas islas más o menos limpias dentro de un amplio territorio bien menospreciado y demasiado maltratado. Estas políticas, herederas de las tempranas concepciones de protección, iniciadas a lo largo del siglo XIX por ámbitos culturales anglosajones, están hoy obsoletas.

Lo que debería gozar de protección son los bienes comunes que los sistemas naturales de dichos espacios ponen a disposición de la humanidad. Porque, en definitiva, los servicios que nos dan estos bienes comunes son los que posibilitan la vida de cualquier sociedad. Y la protección de estos bienes comunes debería basarse en los criterios de sostenibilidad del bien común, de forma que se permita su producción y reproducción continuada, así como su uso.

Los bienes comunes que ofrecen los espacios naturales a los humanos son: agua, aire, suelo, etc, haciendo posible que la humanidad se provea de muchos de los servicios que son necesarios para el mantenimiento de la vida: agua limpia para beber, aire limpio para respirar, suelo fértil para crecer vegetación y alimentos sanos y saludables, lugares y entornos para disfrutar y visitar, etc.

Pero todos los espacios naturales, además de contener comunidades animales y vegetales a preservar, están cruzados por los flujos de energía natural que discurren por la biosfera: la radiación solar, las corrientes de aire y de agua, el calor de la Tierra. Estos flujos de energía que se manifiestan en espacios naturales concretos deberían ser considerados también bienes comunes naturales, y como tales deberían gozar de protección, para estar disponibles para su aprovechamiento, siguiendo los criterios de sostenibilidad, los mismos que los que rigen para cualquier bien común natural.

En situación de emergencia climática, no tiene ningún sentido adoptar normativas generalistas que veten aprovechamientos de bienes comunes en espacios naturales, pues no hay dos espacios naturales idénticos ni dos proyectos de aprovechamiento de bienes comunes idénticos.

Hoy tenemos herramientas para realizar las correspondientes evaluaciones, adoptando nuevas maneras de abordar los problemas, analizando cada proyecto concreto en el concreto espacio natural donde se propone. Incluso disponemos de una guía europea (EU Guidance on Wind Energy Development in Accordance with the EU Nature Legislation), con orientaciones para compatibilizar proyectos eólicos con espacios naturales, en la que se dice: “Son posibles nuevos planes o proyectos de energía eólica en o cerca de lugares Natura 2000 siempre que no afecten negativamente la integridad del sitio”.

Por cierto, llevo casi 40 años metido en energías renovables y no he visto ningún proyecto que haya destrozado un ecosistema.

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