Corren malos tiempos para la atómica. Sí, la industria nuclear vive un momento complicado. Tras la catástrofe de Chernóbil, hubo de levantar el pie del acelerador y emprender su primera gran travesía del desierto (en la opinión pública occidental había demasiado miedo). Pero llegó Kioto, llegaron un protocolo y el cambio climático (o el cambio climático y un protocolo) y la nuclear experimentó su particular renacimiento. ¿Motivo? La nuclear no emite CO2 y el cambio climático es el más grave de los problemas ambientales a los que nos enfrentamos. Más grave –argüían los fanáticos del átomo– que el problema de la seguridad o los residuos radiactivos.
"La empresa más internacional del mundo"
El caso es que la catástrofe de Fukushima (otra vez Japón) ha vuelto a agitar todos los fantasmas que siempre habitaron la industria nuclear (inseguridad, contaminación) y, así las cosas, el renacimiento parece estar entrando en punto muerto. Y en esa nueva fase dos son los hitos principales: el anuncio de la canciller Merkel de abandonar la vía nuclear y apostar por las renovables y, ahora, el explícito "nuclear-no-gracias" de la multinacional por antonomasia: Siemens, una compañía que emplea a 400.000 personas en 190 países y que presume de que, "cada día, 2.000 millones de personas utilizan nuestros productos y servicios. Siemens es la empresa más internacional del mundo".
La conexión rusa que traía 400 centrales nucleares bajo el brazo
La decisión de Siemens tiene, pues, un alcance global. La multinacional –cuya tecnología nuclear entró por cierto en España por la puerta de la central nuclear de Trillo, hace ya más de cuarenta años–, parece romper definitivamente así con toda una trayectoria. Trayectoria, además, muy reciente, pues hace apenas dos años, Siemens y Rosatom, poderosa corporación rusa del sector nuclear, firmaban un acuerdo de entendimiento (Memorandum of Understanding) para la creación de una "nuclear joint venture". ¿Objetivo? Hacerse con una parte del pastel que Siemens vaticinaba entonces: "en 2030 –apuntaban desde la compañía–, se prevé que haya aproximadamente 400 nuevas centrales nucleares en el mundo, lo que representa una inversión total de más de un billón de euros".
Qué bien le viene el discurso del CO2 a la nuclear
Siemens se felicitaba entonces de haber alcanzado un acuerdo de entendimiento con Rosatom, empresa que definía como "la única compañía del mundo que cubre todos los eslabones de la cadena de valor nuclear, incluyendo la operación de plantas nucleares". Las declaraciones de su director ejecutivo, el mismo Peter Löscher que hoy se desmarca del átomo, derrochaban asimismo entusiasmo: "con este acuerdo, abrimos una gran ventana de oportunidad basada en la cooperación a largo plazo que compromete nuestra huella en el negocio nuclear con un poderoso y experimentado socio. Como parte esencial de un mix energético sostenible, la energía nuclear desempeñará un importante papel en la generación de energía baja en CO2 [low-CO2 power generation]".
El "populismo" de Siemens
El caso es que dos años después de la firma de aquel Memorandum of Understanding, y con una catástrofe nuclear japonesa de por medio, el mismo Löscher abandera el abandono de la carrera nuclear mientras su compañía pugna con Vestas por el liderazgo eólico marino a escala global (energía limpia) y compite con fuerza extraordinaria por avanzar posiciones en la carrera de otra tecnología renovable de vanguardia, la termosolar: la multinacional alemana acaba de anunciar por ejemplo que ha sido contratada por OHL para construir la central de Arenales (50 MW en Morón de la Frontera). Cabe preguntarse qué dirán sobre el particular –la deserción nuclear de Siemens– los acérrimos del átomo, esos que dijeron que la otra deserción, la de la Merkel, era populismo.
¿Una multinacional haciendo guiños?
Y cabe preguntárselo porque, en España, el frente mediático político nuclear sigue atizando sin denuedo. Hace apenas unos días, desde uno de sus púlpitos principales –el diario Expansión–, Manuel Fernández Ordóñez criticaba "el populista comportamiento de Angela Merkel" que, con el anuncio del cierre programado del parque nuclear alemán, "quiso hacerle un guiño a la izquierda verde". Más aún, Fernández afirmaba sin vergüenza que "la energía nuclear es una de las fuentes de generación eléctrica más competitivas" y que "sus costes de producción y su fiabilidad hacen que sea una elección óptima como potencia generadora de base". Aquí las preguntas se arremolinan: ¿también Siemens ha querido hacerle un guiño a la izquierda verde? ¿Es Siemens una ONG que ha decidido renunciar por motivos ideológicos "a una de las fuentes de generación eléctrica más competitivas", una fuente cuyos costes de producción y fiabilidad hacen de ella una "elección óptima"?
La I+D de las renovables
El caso es que, mientras el frente nuclear sigue erre que erre con la misma cantinela de siempre (que uno se pregunta que si tan rentable es la nuclear, ¿cómo es posible que no haya una sola eléctrica construyendo una central en esta tierra?)... pues que mientras unos siguen anclados en el átomo, Siemens toma posiciones en las tecnologías de vanguardia, donde apuesta por la I+D para ganar cuotas en esos mercados que vislumbra de futuro. ¿Por ejemplo? La multinacional acaba de anunciar su decisión de invertir, en la ampliación de su negocio eólico, y durante los próximos dos años, 150 millones de euros. Lo hará concretamente en Dinamarca, donde quiere construir dos centros de I+D y ampliar las fábricas que ya opera allí "para mantener su producción a la altura de la creciente demanda de aerogeneradores para el segmento marino".
Iberdrola compra
Curiosamente, uno de los actores principales de la escena española de las renovables, Iberdrola, es uno de los clientes que mantienen alta la "creciente demanda de aerogeneradores" de la que habla Siemens. Lo contábamos aquí, hace apenas unas semanas: "el consorcio eólico marino formado a partes iguales por ScottishPower Renewables (filial de Iberdrola) y Dong Energy ha contratado a Siemens como suministradora para el parque de West of Duddon Sands, al sureste de Inglaterra. Se trata del primer parque eólico marino con participación de Iberdrola". ¿Valor del contrato? Cerca de 700 millones de euros. Además de encargarse del suministro e instalación de 108 aerogeneradores de 3,6 MW de potencia, Siemens también se ocupará del mantenimiento de las turbinas durante cinco años en virtud de otro contrato valorado en unos 36,6 millones de euros.
Que inventen ellos
Entre tanto, en España, Iberdrola parece más preocupada de la "moderna" Garoña (cuarenta años de central nuclear en Burgos) que de la I+D en eólica. Y es que, aunque la posición de la multinacional española es privilegiada –primera promotora eólica del mundo– y el mercado offshore de futuro se vislumbra lleno de oportunidades, lo cierto es que Iberdrola, propietaria al 50% de Garoña, compra sus máquinas eólicas a compañías como Siemens, cuya línea de negocio (no a la nuclear) parece claro que es otra muy distinta a la de Iberdrola-Garoña. Tan distinta como que hace apenas unas semanas, Siemens anunciaba que había conseguido el primer pedido de aerogeneradores marinos concedido a una empresa extranjera en China. El contrato incluye un total de veintiuna máquinas de 2,3 MW de potencia y con rotor de 101 metros de diámetro. ¿Volvemos a lo de siempre, pues? ¿Volvemos al "que inventen ellos"? ¿Está perdiendo el tren la eólica española? ¿Están demasiado penetradas las renovables -algunas, como Iberdrola- por los señores de lo atómico que solo quieren hacer caja con las nucleares amortizadas para seguir promoviendo la industria alemana?
¿Punto de no retorno?
Sea como fuere, Fukushima ha marcado un punto de inflexión. Alemania –la locomotora de Europa la llaman– vuelve a dar un paso al frente –la administración, la industria– y parece haber abandonado definitivamente la ruta nuclear y haber emprendido, también definitivamente, la vía de las renovables. España mira a Garoña –cuarenta años de historia, siempre cuarenta– y no acaba de aprovechar la oportunidad histórica que la eólica y la solar parecen estar brindándole. Y, en Japón, el pasado fin de semana tuvo lugar la manifestación antinuclear más multitudinaria desde que un tsunami colocase a la nuclear en el disparadero. Intelectuales de primera fila, como el Premio Nobel de Literatura Kenzaburo Oé, Haruki Murakami –espléndida su "Crónica del pájaro que da cuerda al mundo"–, o el compositor Ryuichi Sakamoto salieron a la calle a manifestar su desacuerdo con una fuente de energía (bicéfala: uso militar/uso civil) que en aquel país se manifestó más cruel que en ningún otro (en la segunda guerra mundial) y que, a pesar de todo, pareció hipnotizar a todo un pueblo.
Oé, Murakami, Sakamoto...
Lo contaba el escritor Murakami ("Tokio Blues") en Barcelona, al recibir, el pasado mes de junio, el Premi Internacional de Catalunya (la cita la recoge la edición del nueve de junio de La Vanguardia): esta es la "segunda desgracia nuclear" en la historia de Japón, pero esta vez es diferente: "nos lo hemos buscado nosotros mismos (...). Los japoneses deberíamos haber renegado de la energía nuclear". El autor, que explicó en su discurso de agradecimiento que donará el importe íntegro del galardón, dotado con 80.000 euros, a los damnificados por el tsunami, habló también de cómo los japoneses se relacionan con los desastres, que aceptan como "inevitables" y dijo que esa manera de entender la vida "puede haber influido en nuestra sensibilidad estética". Una sensibilidad que muestra otro artista japonés, Isao Hashimoto, que ha creado un video de catorce minutos de duración en el que muestra un mapa animado que recoge las 2.053 explosiones nucleares detonadas en nuestro planeta entre 1945 y 1998. No te lo pierdas: da qué pensar. Cada segundo es un mes que pasa, representado por el sonido del metrónomo, mientras un tono distinto indica las explosiones en diferentes países. Ah, sí, y Fukushima no es Chernóbil, ni los usos militares son civiles. Solo que todos son hijos de la misma madre.