¿Cuánto es mentira y cuánto verdad en todo lo que rodea el desastre que BP está provocando en el Golfo de México? La respuesta no es fácil cuando la industria del petróleo está por medio. Esta semana nos enterábamos de que el vertido que se inició tras la explosión de la plataforma Deepwater Horizon, el pasado 20 de abril, ha sido mucho mayor de los 1.000 barriles diarios estimados por la compañía.
Según Edward Markey, presidente del Comité de Energía y Medio Ambiente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, BP ha admitido que el vertido fue, como mínimo de 53.000 barriles diarios.
Otro detalle conocido en los últimos días cuestiona cualquier garantía que una petrolera pueda dar sobre las condiciones de seguridad y de protección ambiental de sus trabajos. Y es que los operarios de la plataforma habían desactivado una de las alarmas de emergencia que podría haber alertado de la explosión porque les molestaba para dormir debido a sus excesivas falsas alarmas, según ha revelado un ingeniero a la comisión de investigación de EEUU.
En la misma línea, pero no directamente relacionado con el vertido de BP sino con la resistencia de las petroleras a cualquier medida contra el cambio climático, la semana pasada The Times se hacía eco de la donación de un millón de libras por parte de la petrolera ExxonMobil a una organización que realiza campañas contra el control de los gases de efecto invernadero.
La llegada de las primeras tormentas tropicales a la zona ha retrasado los trabajos previstos para tratar de sellar definitivamente la fuga. Un nuevo fracaso implicaría el reconocimiento de que, con los medios técnicos actuales, ese vertido puede ser como una maldición eterna. En principio esos trabajos se llevarán a cabo la semana que viene. El máximo responsable del Gobierno estadounidense para las tareas de contención y limpieza, Thad Allen, dice mostrarse “optimista” sobre este nuevo intento, que consistirá en la inyección de cemento y lodo pesado en la fuga para bloquear la salida de más crudo.
En nuestra sección vER hemos colgado un vídeo, de los muchos que circulan en los últimos meses por internet, titulado “Lo que los científicos americanos tienen prohibido decir a la opinión pública sobre el desastre petrolero”.
Además, nuestro columnista Javier García Breva hace en el siguiente artículo, un análisis de los costes de la energía, de la necesidad de planificar la política energética a largo plazo y de lo razonable que resulta la apuesta por las renovables.
Las tortugas ya lo saben
Javier García Breva
Presidente de la Fundación Renovables
Si saliéramos a la calle y preguntáramos a cualquier transeúnte qué se puede hacer en Luisiana y le dijéramos que debido a la explosión de una plataforma petrolífera se han vertido desde el 20 de abril decenas de millones de litros de petróleo que están contaminando los fondos marinos y las costas del golfo de México, seguramente obtendríamos la misma respuesta: ¿y dónde está Luisiana? Es curiosa la equivocada percepción que se tiene del tiempo y el espacio en todo lo que se refiere a la energía.
Las emisiones de CO2, provocadas por el consumo de combustibles fósiles, son la primera causa del cambio climático, pero como éste se suele medir en décadas, e incluso siglos, escapa al análisis económico y político. Que el mar invada los campos de Bangla Desh o que el crudo se vierta en Nigeria o en el golfo de México son hechos tan lejanos que no se considera que puedan afectar a una sociedad de mirada tan corta como la nuestra.
Y del desconocimiento pasamos a la despreocupación y a una práctica de vivir al día, como si la energía no constituyera problema alguno convencidos de ser un bien barato, abundante y seguro. Es el escenario idóneo para el triunfo de las finanzas de la energía en contraposición a la economía de la energía, de las operaciones corporativas –fusiones y OPAS– frente al cambio hacia otro modelo energético limpio y seguro. Cuestión de prioridades. También British Petroleum ha minimizado el desastre pensando en los dividendos.
Algún medio lo ha dicho: BP se muere; pero lo que realmente representa la explosión de la Deepwater Horizon es el declive de los combustibles fósiles. Es la confirmación de los análisis de la Agencia Internacional de la Energía de que en esta década la oferta de crudo no va a ser suficiente para abastecer el crecimiento de la demanda. De cada cinco barriles que se consumen solo se repone uno y ante el descenso de las reservas tradicionales, las nuevas prospecciones han de hacerse en aguas muy profundas, lo que supone costes mucho mayores y un riesgo de catástrofe inevitable. Como consecuencia, los precios del petróleo y del gas serán altos y se acrecentará la competencia global por el suministro. El mapa de las reservas de petróleo y gas es el mapa de todos los conflictos del mundo y lo que va a impedir otro orden internacional.
Pero la catástrofe de Luisiana es también una premonición sobre la insostenibilidad económica y ambiental de los hidrocarburos. El ridículo de BP es de tal magnitud como su irresponsabilidad al dejar el petróleo en el lecho marino para que la corriente del golfo lo arrastre hasta el Atlántico y, quién sabe, si hasta las costas europeas, como el viaje de las tortugas marinas. Pero todo esto lo ha hecho posible una regulación en connivencia con los intereses de las grandes corporaciones energéticas, sin planes ni tecnología de seguridad, sin responsabilidad civil y sin pensar que a esas profundidades aparecería el metano.
El paralelismo con la crisis financiera llama la atención, como ha escrito Kenneth Rogoff (El País Negocios 13/06/10), y hace prever que la próxima crisis global será energética por las resistencias que impiden la transición hacia una economía que no dependa de los hidrocarburos. Considerar la energía como una cuestión de Estado y de seguridad nacional es algo que ya han hecho países como Francia, China o EEUU. El siguiente paso ha de ser abandonar la equidistancia sobre las energías renovables, única fuente autóctona, y apostar por la energía solar, la eólica, biomasa, maremotriz, geotermia, etc. que por su más rápida aplicación van a ser las tecnologías de generación del siglo XXI.
No estamos ante un problema de costes ni de precios sino ante la incertidumbre de unas fuentes energéticas con impactos catastróficos incalculables. Para afrontar esa incertidumbre las regulaciones actuales no sirven, porque solo alientan un mayor consumo de combustibles fósiles y los economistas que las elaboran y bendicen están vistiendo hoy la codicia y el engaño de las grandes empresas energéticas, ocultando un mañana negro para la energía y el clima.
La desproporción, incluso oficial, con la que se cuestionan las fuentes renovables y lo poco que se habla de BP estos días nos conduce a otra reflexión: la transición a una economía menos dependiente del petróleo y del gas implica establecer una nueva ética de la energía. Lo que BP hace en Luisiana o Shell en Nigeria, es lo mismo que las farmaceúticas que pagan a los expertos en gripe A de la OMS o lo que Unión Carbide y Dow Chemical hicieron en Bhopal. Y cuando se trata de instaurar una concepción de la energía como elemento prioritario de la independencia y seguridad nacional, los planteamientos economicistas a corto plazo son una tremenda equivocación.
La única ética que impera es la de los negocios; eso explica todas las contradicciones de empresas que hacen renovables fuera de España pero aquí piden su paralización, o que cuestionan las ayudas aquí pero no dudan en cobrarlas en el exterior, reguladores que alaban las renovables españolas en el exterior pero las cuestionan en su propio país o que lo mismo defienden las renovables que las ayudas al carbón.
Los mismos que acusan a las renovables de la subida de la luz ignoran que hay más de 5.000 millones de euros de extracostes políticos en el recibo que el regulador autorizó mucho antes de la existencia de las renovables, como ha escrito Martin Gallego (El País Negocios 30/05/10), y que aunque en términos constantes la luz sea ahora más barata en España que hace veinte años persisten en acusar a las renovables de todos los déficits de nuestra economía. Y lejos de reconocer la gravedad del nivel de nuestras emisiones de CO2, las han convertido en tesorería para las empresas. Los mismos que acusan a las renovables de especulativas animan los movimientos accionariales entre las más grandes empresas energéticas del país.
El golfo de México nos está diciendo cuál es el verdadero coste de la energía. Seguro que para los economistas reguladores esto no es nada, pero una economía moderna necesita ir prescindiendo de las fuentes convencionales y apostar por el ahorro y por nuevas fuentes energéticas limpias y autóctonas. En eso consiste la revolución energética aprobada por el Consejo Europeo de marzo de 2007.
La energía es estratégica para el futuro y la seguridad de cualquier país; eso merece varias consideraciones: que necesita planificarse a largo plazo de manera vinculante, que en las decisiones políticas y económicas ha de anteponerse el interés general y el de las futuras generaciones, que la energía ha de ser un instrumento para desarrollar la industria y tecnología propia, que el CO2 existe y tiene un coste que se debe evitar o pagar, que la independencia energética obliga a disponer masivamente de la única fuente autóctona que tenemos, que son las renovables, y que todo ello precisa marcos regulatorios estables. En definitiva, que la energía es un bien esencial, escaso y caro y no se puede gestionar con discrecionalidad y cortoplacismo. Las tortugas marinas del golfo de México ya lo saben.