“Cada agricultor, utilizando 1,5 hectáreas de tierra, genera ingresos cercanos a los 9.000 dólares anuales (750 dólares mensuales). En comparación, un taxista en Kinshasa gana entre 100 y 200 dólares mensuales”. La FAO expone así los resultados de un IFES agroforestal a gran escala en la República Democrática del Congo, gracias al cual se extrae mandioca, entre otros cultivos, y carbón vegetal. Es uno de los ejemplos que aparecen en Making integrated food-energy systems work for people and climate, un informe publicado por este organismo de Naciones Unidas.
Además del país africano, el informe recoge experiencias de Colombia, Santo Tomé y Príncipe, India, China, Mauricio, Sri Lanka, Mali y Nepal, entre otros. Todos tienen la misma particularidad: producir al mismo tiempo alimentos y energía como fórmula para impulsar la seguridad alimentaria y energética de los países, reduciendo de forma simultánea la pobreza. Tampoco faltan ejemplos de países desarrollados, pero la mayoría del documento se centra en las posibilidades, ideas, tecnologías, barreras, beneficios y formas de inversión que caracterizan a los IFES en los países más pobres.
Beneficios para las comunidades rurales pobres
"Los sistemas agrícolas que combinan cultivos alimentarios y energéticos presentan numerosos beneficios para las comunidades rurales pobres", afirma Alexander Müller, director general adjunto de la FAO para Recursos Naturales, y pone un ejemplo: “los campesinos pobres pueden utilizar los sobrantes de los cultivos de arroz para producir bioenergía o, en un sistema agroforestal, aprovechar para cocinar los desechos de árboles de los que obtienen frutas o café". Müller concluye que “con estos sistemas integrados los agricultores pueden ahorrar dinero, ya que no tienen que comprar costosos combustibles fósiles ni fertilizantes químicos si utilizan el estiércol líquido procedente de la producción de biogás”.
El informe aborda el espinoso tema del cambio directo e indirecto del uso del suelo derivado de los cultivos energéticos en general y de los destinados a biocarburantes en particular. Se considera que los IFES también contribuyen de manera eficaz a luchar contra el cambio climático, en especial las emisiones derivadas de los cambios del uso del suelo. “Combinando esta producción –se afirma–, reducen la posibilidad de que la tierra pase de producir alimentos a energía, ya que requieren menos superficie para producir ambas”. Por otro lado, se añade que “a menudo conduce a un aumento de la productividad de la tierra y del agua, reduciendo así las emisiones de gases de efecto invernadero e incrementando la seguridad alimentaria”.
La salud también importa
Otros datos, más conocidos, que recoge el informe, hacen referencia a los 3.000 millones de personas (casi la mitad de la población mundial) que dependen de fuentes de energía no sostenible basadas en la biomasa para satisfacer sus necesidades básicas de cocina y calefacción, y los 1.600 millones que carecen de acceso a la electricidad. Como consecuencia de esta combinación, 1,9 millones de personas mueren cada año en el mundo intoxicadas por el humo de los fogones para cocinar.
Muchas de estas personas son mujeres, de ahí que el informe explique que los sistemas IFES les benefician especialmente, ya que “reducen los riesgos para su salud al disminuir el uso de combustibles de madera y aparatos para cocinar tradicionales”. Además, también pueden eliminar la necesidad de abandonar sus cultivos para ir a buscar leña. Con estas premisas, se animan a aventurar que, mejorar las prácticas de los IFES contribuirá al progreso para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, incluidos el de erradicación de la pobreza y el hambre y el del manejo sostenible de los recursos naturales.
Más información:
www.fao.org