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Renovables: energías que hacen país

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El Sol de Andalucía y el de las dos castillas, el cierzo de Aragón, la Tramontana, las Arribes del Duero y el valle del Ebro, el viento de Levante, los bosques de Galicia... Las energías renovables –el viento, el agua, la biomasa, la termosolar, la fotovoltaica- constituyen la vía más directa a la independencia (a la de verdad, a la energética). La Asociación de Empresas de Energías Renovables (APPA) presentaba recientemente la novena edición de su «Estudio Macroeconómico del Impacto de las Energías Renovables en España». Y certifica, otra vez, lo ya sabido: que las renovables –a diferencia del uranio o los combustibles fósiles- generan el empleo y la riqueza aquí, o sea, construyen país. [Foto: obras de repotenciación del parque eólico de Malpica, en Galicia].
Renovables: energías que hacen país

Las fuentes de energía renovable (1) fijan la población en su territorio, porque crean empleo a escala local, evitando así, entre otras cosas, el abandono rural (ya sabes: kilovatio que genero a las afueras de Tarifa con el viento de Poniente, kilovatio que no hay que buscar en el gas –que no hay que importar- desde Argelia o la remota Catar); (2) evitan la evasión de capitales: la energía que produce el Sol de La Mancha es electricidad que no tendremos que generar con uranio, ese oscuro mineral que nos llega aquí desde países tan estables como Níger o Namibia; (3) no producen efectos colaterales poco saludables, porque no generan residuos radioactivos, como los que duran y duran y duran en Garoña (y durarán), ni emiten CO2, como sí hacen las térmicas canarias de diésel o las asturianas de carbón; (4) traen divisas netas al país, porque resulta que el sector español de las energías renovables exporta más del triple de lo que importa; (5) pagan cada año más de mil millones de euros en impuestos (el de generación de electricidad, el de sociedades, el de bienes inmuebles, etcétera); y (6) abaratan el precio de la luz, lo que siempre es bienvenido.

El «Estudio Macroeconómico del Impacto de las Energías Renovables en España», que acaba de publicar APPA, concreta con números cada uno de esos ítems y aporta, además, muchos otros. El documento, de más de 160 páginas, abre boca con un “Panorama 2016” que describe el escenario-contexto global, de fuerte crecimiento de la potencia renovable instalada: hasta 138.500 megavatios renovables nuevos fueron instalados el año pasado en todo el mundo (75.000 fotovoltaicos; 63.900 eólicos). Los guarismos, formidables, contrastan sobremanera con el dato nacional: el año pasado España añadió a su parque energético renovable menos de 50 megavatios.

El Estudio abre boca pues repasando ese Panorama global, para (1) analizar a continuación exhaustivamente –una por una- la situación económica (los números) de todas las tecnologías renovables españolas (diez, en total); y (2) abordar tres análisis de contexto: uno, sobre el “Impacto de las energías renovables en el medio ambiente y en la dependencia energética nacional”; otro, sobre la “Retribución y ahorros de las energías renovables”; y un tercero, que titula “El Sistema Eléctrico en España”. En fin, 160 páginas sin desperdicio.

Dependencia energética
La dependencia es el más grave de los problemas energéticos que padece España. El año pasado, la economía nacional importó desde otras naciones productos energéticos –carbón, petróleo, gas- por valor de 29.563 millones de euros (M€). Casi la mitad de los recursos que entran en el país por la puerta del Turismo se marchan de aquí por la ventana-agujero, enorme, de la Energía.

Sí, los españoles enviamos el año pasado 30.000 millones de euros a Argelia, Nigeria y Catar (que son nuestros principales suministradores de gas); a Namibia y Níger (más de la mitad de los concentrados de uranio que compró España en 2016 llegó a las nucleares que tienen en España Iberdrola y Endesa desde esos dos países); o a Arabia Saudí, Kazajistán e Irak (que son tres de los más grandes surtidores de petróleo de España).

El agujero energético nacional es tal que, si a nuestra balanza comercial le quitáramos los productos energéticos, 2016 se hubiera saldado con superávit, pues España exportó más de lo que importó. Sin embargo, con los productos energéticos en esa balanza, el superávit se disuelve. Así, el año pasado, la economía nacional registró un déficit total de 18.753 millones de euros, de los que el déficit energético –apunta APPA en su Estudio- supone el 87% del total.

La solución, evidentemente, radica en producir puertas adentro la energía que ahora compramos allende las fronteras. Y eso –producir energía- España solo puede hacerlo con fuentes renovables: la biomasa, el viento, el Sol y el agua. Porque bajo el suelo de la península no hay combustibles fósiles –tenemos poco carbón y es sucio, apenas gas y apenas crudo- y porque aquí tampoco hay minas de uranio.

Recursos renovables sin embargo sí que hay. Abundantes. España goza de más horas de Sol que ningún otro rincón de Europa (pese a lo cual nuestro parque solar fotovoltaico nacional suma hoy solo 4.674 megavatios; frente a los 11.600 del Reino Unido, o los 19.300 de Italia). Tenemos además mucho, mucho territorio: forestal, de matorral y cultivable (España es el segundo país más vasto de toda Europa Occidental, solo por detrás de Francia). Y contamos, por fin, con vientos generosos en muchas comarcas (nuestro parque eólico nacional tiene hoy 23.000 megavatios; el de Alemania supera los 50.000).

Hay mucho recurso, sí; hay mucho potencial por explotar, también; y ya tenemos además un cierto patrimonio renovable, un patrimonio que el «Estudio Macroeconómico…» que nos ocupa repasa, exhaustivo. Según ese documento, el sector nacional de las energías renovables contribuyó el año pasado con 8.511 M€ al “Producto Interior Bruto”; pagó a las arcas del Estado mil millones de euros en forma de “impuestos”; y trajo a España desde el exterior otros 2.973 M€ de “ingresos netos”, porque la industria española de las energías renovables exportó el año pasado más bienes y servicios (4.208 M€) que los que importó (1.235 M€).

Buena parte de la culpa de que las exportaciones del sector de las energías limpias sigan siendo muy superiores a sus importaciones la tiene la I+D+i. Según el Estudio de APPA, en 2016, la inversión española en investigación, desarrollo e innovación alcanzó los 234 M€ (el 3,39% de su contribución directa al Producto Interior Bruto nacional). Esa inversión casi triplica la media española (situada en el 1,22%) y se encuentra también muy por encima de la media europea (2,03%). Además –apuntan desde APPA-, la I+D+i ha colocado a España como segundo país de todo el mundo en porcentaje de patentes renovables, solo superado por Dinamarca.

El sector empleó el año pasado a 74.566 personas (45.500 puestos de trabajo directos y 29.000 indirectos). La plantilla nacional renovable perdió un 3,6% de sus efectivos el año pasado (el sector empleaba un año antes, en 2015, a más de 77.300 personas, por lo que la destrucción de empleo respecto a 2015 fue de 2.760 puestos). Esa caída, sumada a todas las acumuladas desde el año 2009, deja la tasa de empleo en el nivel más bajo de la serie analizada. El sector ha perdido en los últimos ocho años –lamenta APPA- más del 40% de sus puestos de trabajo (en 2009 empleaba a 127.877 personas a nivel nacional).

La destrucción de empleo ha sido más acusada en los sectores de la biomasa para generación eléctrica, los biocarburantes, la solar térmica y la minihidráulica (más adelante concretamos los datos). Sin embargo, también es cierto que ha habido tecnologías que han creado empleo neto en 2016. A saber: la eólica (+535), la fotovoltaica (+182), la termosolar (+76), la geotermia de baja entalpía (+19), la marina (+17) y la minieólica (+15). Enfrente de estas, el año pasado perdieron empleados la biomasa eléctrica (-2.866), los biocarburantes (-457), la solar térmica (-131), la minihidráulica (-123), la biomasa térmica (-24) y la geotermia de alta entalpía (-4).

La causa principal de esa destrucción de empleo hay que buscarla en ciertas medidas regulatorias aprobadas por el Ejecutivo Rajoy. Según APPA, entre los años 2013 y 2016 la retribución de las energías renovables –que está regulada por el Gobierno- se ha reducido en un 21%, es decir, que el precio que los productores de energías renovables cobran por los kilovatios que producen en sus instalaciones ha caído, en solo tres años (en plena crisis, además), hasta 21 puntos. Ha caído o, para ser más precisos, ha sido recortado por el Ejecutivo a través de una serie de decretos que, además, han acabado espantando a los inversores (“cuando veas las barbas del vecino recortar, pon las tuyas a remojar”, que dice el refranero).

Simultáneamente, el mismo Ejecutivo ha incrementado la presión fiscal sobre el sector renovable, diseñando gravámenes de nuevo cuño, como el impuesto al Sol o la Tasa Soria del 7%, gravamen este último ideado por el anterior ministro del ramo, José Manuel Soria, y que por cierto ha sido denunciado por el sector ante Bruselas (esa tasa no existe en otros países de la UE, y estaría perjudicando la competitividad de las empresas españolas en el mercado único europeo). En fin, política dura de “Recorte de los Ingresos y Subida de los Impuestos” que ha dejado al sector paralizado. Las renovables ya instaladas, en todo caso, siguen haciendo frente a sus obligaciones fiscales. Así, pagan cada año, como se dijo, más de 1.000 M€ en impuestos.

En el resto del mundo la tendencia es inversa: muchos gobiernos siguen facilitando –con ayudas directas o exenciones fiscales- la instalación de potencia renovable (hay países que subvencionan hasta las baterías de los autoconsumos fotovoltaicos). Así, el mundo ha instalado en 2016 más potencia renovable que nunca antes en un solo año. Además, lo ha hecho a mejor precio: el Planeta instaló en 2016 un 9% más de potencia que en 2015, pero con un 23% menos de inversión. O sea, que la I+D+i está dando sus frutos en todas partes, de modo tal que, en todas partes (o en casi todas), cada vez es más barato instalar un megavatio fotovoltaico, o de eólica marina, o termosolar…

De regreso a las cifras macro
Según el Estudio de APPA, la contribución al PIB español total del sector renovable (los 8.511 M€ susodichos) ha crecido en 2016 un 3,3% en términos reales con respecto a la registrada en 2015 (además, este es el segundo año consecutivo de crecimiento, lo que denotaría una cierta, tímida, recuperación del sector). El peso de las renovables en el PIB total se ha quedado en todo caso en el 0,76%, muy lejos de los datos de 2012, cuando superó el 1%. Por tecnologías, la contribución al PIB en 2016 ha sido esta: fotovoltaica (32,37%), eólica (22,38%), termosolar (16,45%), biomasa eléctrica (15,44%), biocarburantes (6,91%) y minihidráulica (3,80%).

La generación de energía con fuentes renovables contribuye a reducir la dependencia energética que tiene España, dependencia que en 2016 alcanzó una tasa del 72,3% (importamos 72 unidades energéticas de cada 100 que usamos; estamos 18 puntos por encima de la media UE). El año pasado, la generación renovable alcanzó los 104.465 gigavatios hora (frente a 97.103 en 2015). Según APPA, las tecnologías renovables (gran hidráulica excluida) evitaron, en lo que se refiere a la generación eléctrica, importaciones de combustibles fósiles por valor de 1.818 M€ (los biocarburantes, que también evitaron importaciones, tampoco los incluimos en ese ahorro; de ellos hablaremos en las páginas 52 y sucesivas).

Otro ahorro que producen las fuentes renovables de energía es el asociado al CO2. Según el Estudio Macroeconómico 2016, la generación eléctrica renovable española evitó el año pasado la emisión a la atmósfera de 36 millones y medio de toneladas de CO2, lo que generó un ahorro económico de 196 M€ (a razón de 5,35 euros por tonelada de CO2). Si a esa cantidad le sumamos el ahorro en CO2 derivado del uso de los biocarburantes (que desplazan también a combustibles fósiles más contaminantes), el ahorro en derechos de emisión se eleva en 2016 hasta los 279 M€. Quede claro no obstante que ese número es muy volátil. Hace diez años, en 2007, el precio del CO2 alcanzó su máximo: 22,21 euros, y no es improbable que vuelva a subir a corto o medio plazo, por lo que los ahorros asociados a este ítem volverían a ser mayores.

Además, producir electricidad con un aerogenerador o en una placa solar también evita la emisión de otros gases contaminantes que no tienen mercado propio, como el óxido de nitrógeno (NOx) o el dióxido de azufre (SO2). Según el Estudio de APPA, la generación eléctrica renovable evitó en 2016 la emisión de 32.002 toneladas de NOx y de 40.802 toneladas de SO2. Más aún: la electricidad renovable ha evitado en los últimos diez años la emisión de 723.670 toneladas de estos gases, tan perjudiciales para el medio ambiente (lluvia ácida) como para la salud de las personas. El apunte de APPA no es baladí. Según la Organización Mundial de la Salud -«Calidad del aire ambiente (exterior) y salud», septiembre de 2016-, "los ingresos hospitalarios por cardiopatías y la mortalidad aumentan en los días en que los niveles de SO2 son más elevados". Más aún: según la Agencia Internacional de la Energía, cada día mueren alrededor de 18.000 personas (cada día) como resultado de la contaminación del aire.

En España, el Instituto Internacional de Derecho y Medio Ambiente -que es una organización acreditada ante la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente- publicó el pasado mes de julio un informe sobre los gases contaminantes emitidos por las centrales térmicas españolas que queman carbón. Pues bien, según ese informe, que se titula «Un oscuro panorama», y que recoge datos relativos a las emisiones registradas en 2014, los gases contaminantes emitidos por las 15 centrales térmicas españolas estudiadas, las 15 de carbón, “se pueden relacionar con 709 muertes prematuras, 459 altas hospitalarias por enfermedades cardiovasculares y respiratorias, 10.521 casos de síntomas de asma en niños asmáticos; 1.233 casos de bronquitis en niños y 387 casos de bronquitis crónica en adultos".

Empezamos con la independencia energética (en clave global, biosférica) y acabamos con la salud (lo más íntimo).

Sí, la radioactividad y el cambio climático -el CO2, el dióxido de azufre, el metano- perjudican seriamente la salud, como ya sabemos todos. Y que vuelen desde España 30.000 millones de euros al año en facturas energéticas con rumbo a naciones como Arabia Saudí -donde a las mujeres se les tiene prohibido conducir- o Níger, donde Boko Haram sigue atropellando derechos, no parece muy inteligente.

El más grave problema de la economía nacional española es la dependencia, energética, esa que desequilibra la balanza comercial toda. Y la solución -barata y más saludable- tiene Marca España y dícese energías renovables: el Sol de Andalucía y el de las dos castillas, el cierzo de Aragón, la Tramontana, el viento de Levante, los bosques de Galicia, el marzo airoso y abril lluvioso, la chicharrera de julio y la solanera de agosto.

Sí, la solución -barata y más saludable- tiene Marca España, porque presenta la mejor cara de esta tierra allende las fronteras (somos la segunda potencia del mundo en patentes renovables, solo por detrás de Dinamarca) y porque, puertas adentro, hace país. 

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