Josefa Sánchez Contreras, que además de activista también es ensayista e investigadora, pertenece al pueblo angpøn de Chimalapas, uno de los pueblos originarios de México cuyas tierras ancestrales se asientan en la selva zoque, una área boscosa cuyo territorio ha quedado repartido entre los estados de Oaxaca, Chiapas y Veracruz.
Si hay algo que deja claro 'Despojos racistas', editado por Anagrama, es que la transición energética, como todos los asuntos que atañen al medio ambiente, está llena de aristas y de ángulos que conviene analizar con detenimiento antes de apostarlo todo al negro o al rojo. El trabajo de Sánchez pone de manifiesto muchas cuestiones de terrible actualidad, especialmente desde el punto de vista de la transición energética, un proceso del que estamos especialmente orgullosos en el Viejo Continente.
Desde el punto de vista europeo, esta es una revolución responsable y justa que busca transformar radicalmente nuestra forma de vida para salvar el planeta. ¿Pero salvarlo de qué? Pues de un proceso iniciado desde Europa, precisamente: la revolución industrial del carbón, el acero y el petróleo.
Pero, al otro lado del charco, y no precisamente en Estados Unidos, la cosa se ve muy distinta: resuenan ecos de un pasado colonial y del expolio de las tierras y recursos que una vez pertenecieron a los legítimos propietarios del continente americano: los pueblos indígenas. Energías Renovables ha hablado con la autora del libro para conocer su punto de vista sobre este asunto. Esto es lo que nos ha contado.
El capítulo de colonialismo energético abre con una cita del poeta y político francés, Aimé Césaire “una civilización que se muestra incapaz de resolver los problemas que suscita su funcionamiento es una civilización decadente”. ¿Somos una civilización decadente?
Sí creo que la sociedad industrial sea una una sociedad decadente porque esta profunda crisis energética obedece a la dependencia de la industria fósil y a lo cada vez más caro que resulta la extracción de estos combustibles, sobre todo por los conflictos sociales y políticos que suscitan. Esto pone de manifiesto los límites a los que se está enfrentando la sociedad industrial en un planeta finito. Pero esta crisis no tiene que ver sólo con la extracción de hidrocarburos.
El planteamiento del colonialismo verde tiene que ver con este esbozo histórico que se inaugura en las sociedades industriales a través de fuentes fósiles y esto encuentra continuidad hasta nuestros días. Está presente tanto en el “drill baby drill” de Donald Trump como en el “green baby green” del Estado Español –en referencia a la frase pronunciada por Pedro Sánchez en respuesta al mensaje de Trump–. Se trata de un colonialismo energético asociado al colonialismo histórico que actualmente se está reciclando dentro de Europa, pero que en Estados Unidos continúa con la misma lógica.
¿Podrías poner algunos ejemplos de la explotación minera a la que se ha visto sometido tu pueblo, los angpøn de Chimalapas? ¿Ha sido esta amenaza la que te ha inspirado para escribir este libro?
Definitivamente creo que este es mi punto de partida. El libro tiene que ver con la amenaza de las concesiones mineras otorgadas en nuestro territorio para la extracción de cobre, pero sobre todo esto empieza cuando en la segunda década de este siglo empezamos a ver la llegada de los parques eólicos a gran escala.
Los aerogeneradores llegaron con el discurso de que se iba a instalar el corredor de parques eólicos más grande de América Latina para mitigar la emergencia climática y superar la crisis energética, por lo que se volvía muy difícil denunciar lo que este discurso implicaba para los pueblos indígenas. Este despliegue implicaba la privatización de tierras y el cambio de modo de uso del suelo, por lo que fue entonces cuando empecé a interesarme por las paradojas del discurso de la transición energética a gran escala y centralizada.
¿Cuál es esa paradoja?
Pues que por un lado estos proyectos eólicos requieren de la extracción de minerales para la construcción de las infraestructuras y, por otro lado, en su mayoría, estos proyectos eólicos están construidos para abastecer a los proyectos mineros, no están pensados para la población local, sino para otras empresas. También hay un elemento central en todo esto que vivimos en los territorios indígenas que es la cuestión racista y que tiene que ver con la racialización de las poblaciones indígenas, que nos vuelve susceptibles de ser fácilmente violentadas y despojadas de nuestros derechos en aras del progreso.
En el libro afirmas que la crisis climática y energética está relacionada con el colonialismo histórico. ¿Podrías explicarnos un poco esta relación?
Esa idea es el corazón del libro. Podemos situar el nacimiento del colonialismo en el siglo XV, un proceso que tuvo un impacto antropogénico sobre el planeta respaldado en la jerarquización racial que determina quienes son humanos y quienes no. Es decir, a lo largo de la conformación del colonialismo, la humanidad se tipificó por razas. Esta racialización sirve para despojar la humanidad a los pueblos indígenas, la gente que habita en esos territorios que están siendo conquistados nuevamente. Este principio alcanzó su máxima expresión durante la primera revolución industrial en los siglos XVIII Y XIX.
Esta racialización permite la extracción y el saqueo de minerales que hacen posible la revolución industrial. Por eso estoy señalando constantemente que el racismo opera como ese discurso histórico, que legitimará constantemente el saqueo de ciertos territorios y la esclavitud de la población indígena. Esta humanidad jerarquizada por la racialización sigue presente en un siglo XXI en el que los pueblos indígenas siguen siendo susceptibles de ser saqueados. Pero, en esta ocasión, no van a ser expoliados en nombre del derecho de conquista como lo pudo haber sido en el siglo XVI.
¿Entonces cuál es la excusa del colonialismo moderno?
Ahora los pueblos indígenas están siendo saqueados en nombre de una emergencia climática que no han generado. O sea, hay una un racismo contemporáneo que recicla el de los siglos pasados, el mismo que posibilitó el proceso de industrialización de las metrópolis. Eso son los despojos racistas de la sociedad actual.
La transición energética está siendo impulsada por sistemas y dispositivos que en muchos casos requieren una gran cantidad de minerales para su producción ¿Es la revolución verde una revolución extractiva?
La revolución verde, que implica a todos los procesos de descarbonización que ahora mismo se están promoviendo, son un tipo de transición energética capitalista. Este proceso está basado completamente en el extractivismo. Esto tiene que ver con el modo de vida altamente consumista de las sociedades industrializadas, que no quieren renunciar a ese nivel de consumo.
Estamos en un momento de gran encrucijada y frente a un escenario de escasez de las fuentes fósiles y de aumento de las guerras por estos recursos. Pero también tenemos la oportunidad de poder plantearnos transiciones que no se erijan sobre el extractivismo ni sobre más genocidios. Y esto pasa por soluciones que no son únicamente técnicas, sino una combinación de la esfera económica, política, social y cultural. Las soluciones verdaderamente sostenibles tendrán que pasar por una transformación de los modos de vida, no solo una transformación tecnológica que genera dependencia.
En España existe una gran oposición a los proyectos mineros para la industria renovable. Pero, al mismo tiempo que se defiende la transición energética y digital, las minas permanecen en países remotos en los que hay que cavar con mucha ambición para alimentar esta industria. ¿Crees que el mundo occidental ha externalizado el coste ambiental de su modo de vida verde en países lejanos?
No sé si podría llamarlo hipocresía. Más bien podría ser uno de los síntomas de las sociedades colonizadoras y de cómo se configuran las subjetividades en esas sociedades. Por eso, constantemente, el libro está interpelando a los ecologistas para que se posicionen desde lo anticolonial para reforzar las luchas que se están librando en los territorios del Sur Global, que están siendo saqueados para electrificar el Norte Global.
El hecho de que los ecologistas se opongan a la apertura de las minas dentro de sus territorios debería de significar que también se solidarizan con los territorios en el Sur Global que están siendo saqueados. Digamos que esta postura debería ir más allá que decir “no en mi patio trasero”, pero sí en África o en América Latina. Creo que debería llevarnos a tener estas discusiones sobre otros territorios que soportan el peso extractivo del progreso en Europa.
Calificas los parques eólicos y las plantas fotovoltaicas como “infraestructuras capitalistas sobredimensionadas" y rebajas su importancia como tecnologías verdes debido a su dependencia de la industria minera. Sin embargo, ¿qué alternativas tenemos para abandonar la era del carbón y el petróleo y combatir el ascenso térmico y la pérdida de biodiversidad?
Yo creo que esta pregunta me lleva más bien a preguntar de qué tipo de economía queremos generar, porque en realidad esa es la pregunta. Creo que es un falso dilema situarnos en que si queremos renovables o no queremos renovables, sino la pregunta verdadera es ¿energía para qué? Porque si hablamos de descarbonizar una economía capitalista, todo el planeta se convertiría en una gran mina con parques fotovoltaicos para abastecer la demanda del sistema, lo que no significa el bienestar para las poblaciones, precisamente.
La eólica y la fotovoltaica están contempladas como las principales infraestructuras para la electrificación. Sin embargo, la electricidad solo representa el 20% del consumo mundial de energía, por lo que el proceso de descarbonización del resto de sectores aún se vislumbra lejano. Esto es apenas un primer paso para abandonar las fuentes fósiles. Lo que tenemos que plantearnos es cómo transformar esa economía. Por supuesto, partimos del hecho de que es necesario y es urgente abandonar las fuentes fósiles. Sin embargo, esta urgencia no puede justificar y respaldar las mismas lógicas coloniales racistas, los despojos racistas, que han inaugurado la gran crisis que estamos atravesando hoy día.
¿Defiendes un modelo de decrecimiento económico que implique reducir las economías en lugar de hacerlas crecer para aprovechar mejor unos recursos naturales cada vez más escasos?
Creo que más que reducir pienso en la redistribución de los recursos. No podemos hablar de esto ni pensar en las soluciones sin situar estas desigualdades. Por supuesto que tengo afinidad con todos estos planteamientos del decrecimiento, pero pensaría más en la en la en la redistribución.