rafael barrera

El ciudadano, en la periferia de la transición energética

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La compleja sustitución de nuestro sistema energético-fósil por un modelo eléctrico-renovable es, probablemente, la tarea más trascendental a la que se ha enfrentado la humanidad: descarbonizar el planeta es la única manera de garantizar sus condiciones de habitabilidad.

Europa –una pequeña región con tan sólo 446 de los 7.800 millones de habitantes del mundo– se ha tomado muy en serio esta misión, y esperemos que sus soluciones tecnológicas y regulatorias ofrezcan resultados que inspiren al resto de la humanidad, como históricamente ha hecho en diversos ámbitos del conocimiento. Ya contamos con la tecnología para emprender con garantías de éxito esta transformación, y no puedo evitar recordar que la labor de 65.000 familias fotovoltaicas españolas ha sido esencial en esta evolución. Las renovables no podrán ser efectivas en el corto plazo sin un adecuado marco regulatorio, que armonice la incorporación de las nuevas instalaciones, en sustitución de los contaminantes carbón, gas y petróleo.

Electrificar con rapidez nuestros consumos es una prioridad compleja que afecta a nuestra realidad cotidiana y a nuestros sectores productivos. Contamos con un excelente libro de ruta: el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC). En esta gran revolución se pretende, tanto desde la UE como desde la administración estatal, “situar al ciudadano en el centro de la transición energética”. Se ha establecido una intuitiva asociación: el autoconsumo es la clave de bóveda para verificar esta socialización de la energía. Sin embargo, esta visión no es, a mi juicio, completa.

Siendo el autoconsumo una solución óptima y deseable –que evoluciona adecuadamente en nuestro país– no aprovecharemos todo el potencial que nos ofrece la fotovoltaica para socializar la transición energética. Dar acceso a nuestras pymes para implantar pequeños parques que puedan vender su producción a través de las redes de distribución debe impulsarse regulatoriamente para fijar riqueza en nuestros territorios.

El autoconsumo es ahorro y la generación eléctrica para venta son ingresos, no debe priorizarse una y negarse la otra, no es coherente ofrecer líneas de ayudas para el autoconsumo y no facilitar a nuestras pymes la posibilidad de comercializar producción de electricidad, negocio que se está entregando a los grandes desarrollos de multinacionales con capital foráneo, entre otras cosas porque el autoconsumo es y será una pequeña parte del consumo eléctrico, mientras que el suministro a través de las redes es y será la parte fundamental del mercado eléctrico.

Por otra parte, el ciudadano no necesita tener una placa fotovoltaica para estar en el “centro” de la transición energética, como tampoco necesita ser sanitario para sentirse protagonista de la atención hospitalaria, ni escribir un libro para encontrarse cómodo con la realidad cultural, ni llegar a diputado o senador para sentirse referente de la democracia. El ciudadano será el centro de la transición energética cuando tenga un adecuado acceso al autoconsumo, a la venta de energía si lo desea, o a no implicarse en ninguna de estas actividades y disfrutar de un suministro descarbonizado, universal y a precios razonables.

El sistema eléctrico ha sido capaz de ofrecer buen servicio hasta en el pueblo más recóndito de nuestra geografía, si esto se hiciera sin tener que soportar muchos de los abusos que se han ido produciendo y se producen en el sector eléctrico, con el estrambote de las deficiencias sin pulir del sistema marginalista, que está causando estragos en la actualidad, también sería una buena forma de que la población se sintiera protagonista.

El ciudadano está, todavía, en la periferia del sistema eléctrico, porque se le propone ser únicamente autoconsumidor, sin accesos a red ni facilidades para instalar pequeños parques, y porque aún hay una deuda pendiente con las 65.000 familias españolas que fueron llamadas por el Estado para que, con sus ahorros y desvelos, dieran el primero de los pasos en esta dirección: estar en el centro de la transformación energética; pero que, como premio, fueron mediáticamente estigmatizados y económicamente castigados.

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