El segundo argumento está relacionado con los principios de funcionamiento de las baterías, las propiedades intrínsecas de los materiales que se utilizan y los límites en las dinámicas de los procesos de trasferencia de carga. Debido a todo ello, la capacidad que puede absorber una batería decrece cuando aumentamos la velocidad de carga. Esto quiere decir que si cargamos a velocidades bajas tendremos efectivamente los 80 kWh disponibles en nuestra batería para hacer kms. En el caso que carguemos a velocidades más altas, estos kWh van disminuyendo considerablemente.
Aunque es difícil de cuantificar exactamente, mirando con detalle las curvas de descarga de algunas celdas como ejemplo, se puede observar que aproximadamente perdemos un 20% de capacidad pasando del primer al segundo caso (de 0,12C a 1, 25C; y alrededor de un 40% en el tercero (de 0,12C a 3,75C). Con lo que ya no seremos capaces de recorrer los 400 kms iniciales, sino 320 km en el segundo, y 240 kms en el tercero. Entonces, no sólo es más caro el proceso de recarga, sino que también con esa recarga vamos a poder hacer muchos menos kms, y tendremos que volver a parar y recargar antes.
Conviene también decir que este hecho no es excesivamente preocupante ya que en condiciones normales recuperaremos la capacidad nominal de la batería en cuanto volvamos a recargar a velocidades lentas.
El tercer elemento a tener en cuenta es que el número de ciclos de carga y descarga de una batería, o en otras palabras, el tiempo de vida de las baterías, depende enormemente de la velocidad de carga y descarga que utilicemos asiduamente. Íntimamente relacionado con los aspectos y limitaciones que hemos comentado en el párrafo anterior, si la corriente de carga utilizada, o de otra forma, la cantidad de electrones que introducimos en nuestra batería, es superior al límite que nuestros materiales pueden gestionar, no sólo estaremos afectando la capacidad puntual de la batería, sino que estaremos dañando –en este caso irremediable e irreversiblemente– el funcionamiento de la batería y su capacidad real de carga a largo plazo.
Podemos pensar como analogía que nos ayude a interpretar este hecho en una vía de tráfico totalmente colapsada por un número de vehículos superior al que pueden circular de una manera ordenada y eficiente; o en los daños provocados por unas inundaciones al no poder hacer frente al caudal excesivo que se genera con la infraestructura o canales disponibles y el consiguiente desbordamiento de cauces y ríos.
Si para químicas bien establecidas llegamos a lo que se considera el límite de retención de carga del 80% con respecto a la inicial, tras alrededor de 3000 ciclos cargando y descargando a 1C; éstos pueden disminuir a 1500 ciclos cargando a 2C y a 800 ciclos a 4C. Aunque la diferencia es considerable, de nuevo, para los amantes de los motores de combustión, en el peor de los casos estaríamos hablando de una duración de las baterías de entorno a 250.000 km, mientras que en un caso medio hablaríamos de 800.000 kms.
En resumen, cargar rápido ya es posible, aunque también más caro (más €/kWh), te obliga a parar y volver a recargar con más frecuencia (más €/km), y afecta negativamente a la duración de la batería. ¿Qué vale más para ti? ¿Tú tiempo o tú dinero? Claramente, no hay respuesta acertada, cada situación es diferente, y las necesidades pueden cambiar en función del momento. Lo realmente importante es que tenemos herramientas para la mejor decisión en cada momento.