“Los impactos podrían ser mayores si la biomasa no se produce en la Unión Europea (UE), sino que se importa de regiones con prácticas de uso de la tierra más dañinas para la biodiversidad que en la UE”. Este es uno de los temores que añade la CE al de la expansión de los cultivos energéticos hacia tierras donde antes nos los había y una mayor intensificación de la explotación forestal.
En principio, los criterios de sostenibilidad, de obligado cumplimientos por todo tipo de biocombustibles, deberían ser suficientes para evitar estos impactos sobre la biodiversidad. Cuando en marzo de 2018 el Tribunal de Cuentas Europeo cuestionó los criterios de sostenibilidad aplicados a la biomasa sólida y el biogás, por considerarlos insuficientes, salvó a la biodiversidad.
El informe analizaba la cobertura de dieciséis riesgos a partir de la propuesta de directiva presentada por la Comisión y solo consideraban que se abordan tres riesgos de esos dieciséis: la reducción de la biodiversidad debido al cambio directo del uso de la tierra y la degradación del suelo y la escasez de agua y la contaminación debido al mismo motivo.
Materias primas bioenergéticas acordes con la Estrategia de Biodiversidad
Pero la Comisión prefiere prevenir ante el salto cuantitativo que representaría aportar más bioenergía al mix renovable para alcanzar el objetivo que ahora se ha propuesto. Por ejemplo, señala que “la UE debería producir sus materias primas bioenergéticas de acuerdo con el objetivo de la Estrategia de Biodiversidad para 2030 de reducir en un cincuenta por ciento el número de especies de la lista roja amenazadas por exóticas invasoras”.
La CE pide “una adecuada selección de cultivos y planificación del uso de la tierra para minimizar el riesgo y proporcionar beneficios ambientales, como filtración de agua, nichos con ecosistemas para insectos y otros animales, protección contra fuertes vientos o aumento del carbono en el suelo”.
Cuidar también la capacidad del suelo como sumidero de carbono
Los documentos que sopesan ese impacto aseguran que “incrementar la ambición climática de la UE para 2030 aumentará la demanda de bioenergía”, a la par que reconocen que “evaluar su impacto potencial en la biodiversidad no es sencillo, ya que depende del tipo de biomasa utilizada”. Además, no solo cargan la responsabilidad sobre el aprovechamiento energético de la biomasa, sino también sobre la fabricación de bioproductos de todo tipo.
A la CE también le preocupa la reducción como sumidero de carbono del suelo. Demanda “la inclusión del sumidero neto LULUCF (emisiones derivadas del uso del suelo, del cambio del uso del mismo y de la silvicultura, según sus siglas en inglés) al evaluar las reducciones de emisiones de GEI y la ambición climática en el camino hacia el logro de cero emisiones netas”. “Esto requerirá una planificación y políticas cuidadosas para sectores como el forestal”, apostillan.
Conciliar los objetivos climáticos con los de la biodiversidad
Dentro de uno de los escenarios intermedios que evalúan los documentos de impacto, denominado MIX, el incremento de la producción de bioenergía se lograría sin un impacto perjudicial, especialmente en la pérdida de especies. Eso sí, añaden que, siempre que se tenga en cuenta “una gestión sostenible de los bosques y otros usos de la tierra junto con un despliegue razonable de cultivos energéticos, se lograrán conciliar los objetivos climáticos con los de la biodiversidad”.
En general, consideran que para 2030 los cambios en la demanda de biomasa proyectados no son significativos, mientras que para 2050 serán mayores, ya que el sector eléctrico duplicará el uso de bioenergía, especialmente para generar emisiones negativas. “En este marco de tiempo, acoplar el uso de biomasa sólida con instalaciones de captura y almacenamiento de carbono en los sectores energético e industrial contribuiría a la eliminación de CO2 de la atmósfera”, admiten.