sergio de otto

Retos y amenazas de los objetivos europeos (ER 61)

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Sergio de Otto
sergio.deotto@gmail.com

Hace seis meses la Cumbre de Primavera de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europa aprobaba el que es hasta ahora el plan más ambicioso adoptado en el campo de la eficiencia energética y desarrollo de las energías renovables en el viejo continente. Un impulso “histórico” (por muy manido periodísticamente que esté el término) en el que se conjugan políticas energéticas y medioambientales para lograr que en el año 2020 los 27 países miembros reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en un 20 por ciento, logren mejorar la eficiencia energética en un 20 por ciento y consigan que el 20 por ciento de la energía primaria sea de origen renovable.

Es sin duda un paso adelante imprescindible, una oportunidad única de convertir la eficiencia y la diversificación de fuentes en el eje central de una política energética que no puede tener más fin que el irreversible cambio de modelo energético. Los conservadores energéticos, es decir, los defensores del actual modelo convencional —basado en las combustión de fósiles con la muleta de la energía nuclear—, pueden retrasar esa transición, que algunos quisiéramos fuera revolución, pero no podrán detenerla. Estamos pues ante un reto, ante una oportunidad porque hacerlo realidad propiciaría dar saltos de gigante a continuación. Si logramos ese 20 por ciento por desarrollos tecnológicos, por reducción de costes mientras las energías fósiles se disparan, y por otras inercias estaremos en condiciones de plantear metas definitivamente revolucionarias que lleven a las tecnologías fósiles a la marginalización. Algunos consideran que el objetivo se ha quedado corto pero parece que en el ámbito del posibilismo la decisión de la Unión Europea va hasta donde se podía esperar.

Puesto el objetivo, que ya conocemos como el “20 / 20 / 20”, ahora toca articular la manera de alcanzar esa meta, más bien esa etapa, y ahí aparecen las amenazas. En primer lugar a la hora de atribuir los objetivos nacionales para hacer realidad esas cifras redondas, objetivos nacionales que esta vez van a ser “vinculantes” y no indicativos como en la Directiva de 2001. ¿Cómo se va a repartir la tarea? Parece lógico que un primer parámetro sea la situación actual del desarrollo de las energías renovables en cada uno de los países miembros pero ¿será eso una ventaja o un inconveniente? ¿Se tendrán en cuenta los recursos renovables de cada país? ¿Se va a pedir el mismo esfuerzo a los que han hecho bien hasta ahora los deberes que a los que han hecho poco o nada? ¿Se les compensará a los primeros?

Son estos y otros muchos interrogantes los que suponen una cierta amenaza porque no faltarán en Bruselas los “talibanes” que tratarán de imponer los sistemas de apoyo que en tantos países han fracasado o determinados criterios “liberalizadores” (sí liberalizadores entre comillas) para poner un bastón en las ruedas del desarrollo de las energías renovables. Algunos países ya han enseñado la patita por debajo de la mesa y han dejado claro que con ellos no se cuente.

España tiene la oportunidad y la obligación de ejercer la autoridad que nos otorga nuestra condición de potencia, no sólo europea sino mundial, en energías renovables. Desde el sector se habla de fijar unos objetivos nacionales que pueden llegar a cubrir hasta el 45 por ciento de la demanda de electricidad en ese año 2020. Sí, habrá escépticos que se mofen de estas cifras pero son los mismos que hace apenas quince años afirmaban, por ejemplo, que la eólica no podría tener en el año 2000 más allá de 200 MW en funcionamiento y cuando llegamos al cambio de milenio ya teníamos 5.000 MW. ¡Profetas!

Hoy la amenaza es que la decisión política no se quede en un brindis al sol en su concreción normativa en los pasillos de Bruselas.

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