No sabemos si Soria había preparado ya la carta de petición de ingreso en la OPEP (sí que se dio prisa en su día en darnos de baja del Comité de IRENA, el organismo internacional de las energías renovables) pero sí que sabemos que se había construido un castillo mental en el que el petróleo, el fracking y el carbón (España, único país en el que creció su uso en 2014) eran los pilares del futuro energético de nuestro país.
Si la obsesión anti renovable de los hermanos Nadal, que él ha asumido, constituye un error histórico para este país que se ha plasmado en un atentado a la seguridad jurídica, su alternativa ha sido un patético sueño de verano.
No, señor Soria, este país lo que necesita no hay que buscarlo en las aguas del archipiélago canario ni del balear, tampoco en las entrañas de la tierra inyectando ingentes cantidades de agua -que no tenemos- acompañada de decenas de productos químicos: lo que necesita este país no es seguir favoreciendo la cuenta de resultados y el rating del puñado de empresas que explotan las tecnologías convencionales; lo que necesita este país no es reabrir una de las centrales nucleares más antigua de Europa ni “premiar” el error de los que apostaron por quemar gas en los ciclos combinados regalándoles mil trescientos millones de euros al año mientras se roba la retribución que el BOE concedió en su día a las renovables; lo que este país sí necesita es que se mire al futuro y se pongan los intereses de la sociedad por delante de los de las empresas del oligopolio, aunque algunos aspiran a trabajar en ellas mañana.
No, señor Soria, ni necesitamos el petróleo, ni el fracking, ni seguir quemando uranio. La receta es muy sencilla: renovables, estúpidos, renovables.