El paradigma energético en el que vivimos no ha cambiado mucho desde la revolución industrial. Dicho paradigma ha ido cristalizando desde entonces en una serie de prácticas económicas a escala internacional que actualmente tienen una enorme inercia. Sin embargo merece la pena recordar que un cambio de modelo hacia fuentes de energía más limpias e inagotables trae consigo importantes mejoras a nivel político:
Escala macropolítica: distensión geopolítica y autoabastecimiento
Las fuentes de energía renovable están distribuidas de forma más o menos homogénea a lo largo de todo el planeta. Ello permite un acceso a la producción energética a gran parte de la población mundial y menores tensiones geopolíticas de las que generan los combustibles fósiles. Estos combustibles, repartidos de forma muy desigual en el planeta, son el origen de gran parte de los conflictos armados internacionales y desde luego lo son de la escalada militar desde el fin de la Guerra Fría.
Este desigual reparto de los recursos no renovables también tiene una clara repercusión económica. En el caso de España la dependencia del petróleo ocasiona un gran desajuste en la balanza comercial, pues no tenemos yacimientos de combustibles fósiles destacados. Mientras el viento, el sol o las mareas son patrimonio nacional casi en cualquier rincón de nuestra geografía.
Escala micropolítica: democratización de la gestión energética
El uso generalizado de las energías renovables posibilitaría un cambio en el paradigma de gestión al pasar del monopolio actual, por parte de unas pocas compañías, al empoderamiento por parte del ciudadano, es decir, a una mayor democratización de la gestión energética, tan opaca y distante en la actualidad. Esta falta de transparencia en algo tan necesario como la energía podría transformarse si el propio ciudadano fuera productor y además gestor.
Para que se dé este cambio de paradigma se deben producir una serie de condiciones, que actualmente no se cumplen totalmente en nuestro país:
– Normativa: Debe haber una regulación que permita la producción de energía a pequeña escala conectada con la red de distribución general, y además, que la gestión de la misma sea sencilla, transparente y abierta al ciudadano.
– Organizativa: Debe existir una infraestructura de distribución que permita el funcionamiento de una red compleja de interconexiones entre los múltiples productores y consumidores que pueda haber en una ciudad e incluso entre varias ciudades.
– Conceptual: Debería extenderse entre la ciudadanía la idea de que la energía es un procomún, es decir, un bien que pertenece a todos, al que todos podemos acceder y que deberíamos poder gestionar de forma común.
Sin duda esta forma de entender la energía también requiere finalmente de una condición numérica, y es que gran parte de la ciudadanía sea, no sólo consumidora, sino productora de energía limpia. Esto que ahora mismo parece lejano ya tiene fecha en la agenda gracias a la directiva europea 31/2010, que marca el horizonte del año 2018 para la materialización de los edificios de consumo de energía casi nulo. En la práctica esto significa que todos los edificios construidos a partir de esa fecha deberán, no sólo ser eficientes energéticamente, sino ser productores de energía mediante fuentes renovables. Será entonces cuando de manera cotidiana cada uno de nosotros forme parte de una compleja red de intercambio de energía, y dependerá de nosotros que podamos gestionar dicha red de una manera transparente y democrática.
* Pablo Carbonell es arquitecto director del estudio Ecoproyecta, especializado en proyectos de arquitectura bioclimática, urbanismo sostenible y energías renovables.
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