Si solo nos atenemos a los términos económicos, ahora resultaría más fácil y comprensible emprender el cambio de calderas desde cualquier combustible fósil a biomasa, incluido el gas natural. La escalada en la subida de precios del petróleo y el gas hace que muchas empresas, administraciones y comunidades de vecinos vuelvan la vista a los pélets, las astillas, los huesos de aceituna y hasta las cáscaras de arroz para dotarse de energía térmica.
Ahora es más fácil, pero ¿y antes? Hace cuatro o cinco años también, pero con la bajada del precio del barril de petróleo de hace dos años la cosa se empezó a equiparar en el caso del gas, y este volvió a sacar pecho alardeando de confort, seguridad, limpieza y economía. ¿Añoran estas ventajas las instalaciones que dieron el paso hacia la biomasa desde el gas?
En el último número en papel y pdf de Energías Renovables se contesta a esta pregunta gracias a experiencias que abarcan todo tipo de sectores y subsectores: bodegas, papeleras, balnearios, fábricas de aperitivos, comunidades de vecinos, polideportivos, residencias de personas mayores, invernaderos, hoteles, concesionarios de automóviles…