rafael barrera

Previsión de infraestructuras y planes de contingencia frente al cambio climático

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La evidencia del advenimiento de un escenario climático hostil para la vida –al menos tal y como la hemos conocido hasta ahora– como dramático legado de los desmanes energéticos cometidos durante la última centuria, ha calado en la hedonista sociedad occidental, que está articulando una respuesta local a través de objetivos porcentuales de descarbonización, que se celebran como grandes logros al plasmarse sobre el papel, porque se les atribuye optimistas conjeturas en el control del incremento de la temperatura y, en consecuencia, sobre unas proyecciones, virtuales, de la mejora de los indicadores de alarma.

A pesar de que la Europa contenida en la Unión Europea –una pequeña región del planeta– cumpla con sus loables objetivos y con la reducción del 40% de las emisiones de gases de efecto invernadero en 2030 y de un 80-95% en 2050, corremos el riesgo de que los indicadores climáticos no se comporten como se espera y, si la realidad desacredita las previsiones, situaremos a nuestra sociedad en un doloroso punto de no retorno y sin capacidad para afrontar los quebrantos a los que quedarán expuestos.

Esperar lo mejor y prepararse para lo peor, no solo es compatible sino necesario y responsable. Por eso hay que diseñar planes de contingencia que puedan implementarse si los presagios más agoreros se verifican en temperaturas medias de la Tierra de más de 5ºC para finales del siglo.

Frente al previsible incremento de lluvias torrenciales e inundaciones, es preciso identificar y actuar sobre las zonas que mayor exposición puedan tener a estos fenómenos extremos, con actuaciones preventivas sobre cauces de los ríos, infraestructuras de comunicación y núcleos urbanos. Para poder afrontar los periodos de sequía, parece aconsejable el estudio de nuevas infraestructuras para el almacenamiento y el tratamiento de aguas, lo que nos permitiría garantizar los suministros para usos urbanos, agrarios e industriales. Con el objeto de combatir el muy probable aumento de los incendios forestales es urgente modernizar los sistemas de alerta temprana y extinción, así como medidas preventivas en el cuidado de nuestros montes.

El aumento del nivel del mar, causado por el deshielo de los polos y los glaciares, amenaza con transformar la tradicional geografía del viejo continente, la comunidad científica alerta del grave riesgo de inundación de ciudades costeras, lo que supondría una catástrofe sin precedentes, ya no sólo por pérdida del patrimonio natural y cultural, sino por el colapso económico y los enormes movimientos migratorios. Es también imprescindible monitorizar y tener previstas actuaciones de contención para proteger el territorio continental e insular, recurriendo, si fuera necesario, a grandes infraestructuras previstas y analizadas por la UE y considerar tanto sus impactos ambientales como su financiación.

En este sentido, los productores fotovoltaicos españoles fueron un buen ejemplo de visión de futuro y de cómo ordenar los escasos recursos económicos para realizar inversiones de largo plazo en soluciones éticas y tecnológicas en aras del bien común. Gracias a la contribución de 60.000 familias españolas, podemos disponer de una tecnología, la fotovoltaica, que nos permite generar energía limpia, inagotable y a precios impensables hace una década. Ellos nos dieron la llave que nos permite ahora abrir la transición energética y ecológica para frenar la evolución del cambio climático, y no habrá transición justa sin este reconocimiento. Pero está transición ha de ir acompañada de planes de contingencia, que articulen acciones preventivas y nos doten de unos mecanismos de defensa si, a pesar de todos los esfuerzos, no fueran suficientes para evitar los estragos naturales a los que estamos expuestos, por una inesperada evolución en el comportamiento de la atmosfera y los océanos, o por un descontrol de las emisiones de gases de efecto invernadero en otras regiones del Planeta.

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