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¿Un Real Decreto-Ley al servicio de las personas?

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¿Un Real Decreto-Ley al servicio de las personas?

El 5 de octubre la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, presentó el Real Decreto-Ley de medidas urgentes para la transición energética y protección de los consumidores, que ha sido saludado entusiásticamente por todo tipo de entidades sociales. Para valorar realmente el contenido del RDL es de gran utilidad analizar el lenguaje utilizado en el mismo, pues analizando el leguaje se pueden detectar los valores que lo inspiran.

Si realmente lo que se pretende es caminar por la senda de una transición energética hacia un suministro de energía 100% renovable que esté al servicio de las personas, en la que las personas estén en su centro y gocen de un régimen de protección, sería lógico pensar que la palabra “persona” o “personas” dominara el redactado del mismo. Pero paradójicamente, la palabra “persona” aparece solamente 5 veces y la palabra “personal” (asociado a la protección de datos) sólo 3 veces.

En el lenguaje utilizado a lo largo del denso texto legislativo de 38 páginas, se puede observar que la palabra que domina todo el redactado es la palabra “consumidor”, pues aparece escrita, nada más y nada menos que 179 veces (en promedio 5 veces por página). Es decir, se olvida, conscientemente o no, que los seres humanos somos personas y se nos otorga un calificativo, el de “consumidoras”, asociado a la sociedad de consumo, que ha dominado a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y que en el presente pretende mantenerse. Etiquetando a las personas como “consumidoras” se las asocia a actitudes de pasividad, privándolas de su principal capacidad: ser personas activas.

Si con el texto legislativo se pretende incentivar el cambio del paradigma energético que ha perdurado desde el siglo XX, que considera a las personas como objetos pasivos influenciables y/o manipulables, es decir como “consumidoras” (de todo tipo de artefactos y de servicios, generados por la sociedad industrialista-productivista), considero que el RDL no solo no facilita el objetivo liberatorio asociado a las tecnologías de captación, transformación y uso de la energía contenida en los flujos biosféricos y litosféricos, sino que lo entorpece.

Además, relacionada con la palabra “consumo”, aparece repetida 45 veces la palabra “autoconsumo”, para calificar el proceso mediante el cual una persona o varias captan, transforman y utilizan, en el lugar donde viven y/o trabajan, la energía contenida en los flujos biosféricos y litosféricos. Es decir, se convierten en productoras y usuarias de energía: “prod-users” y no “pro-sumers”, como se les suele denominar, para mantenerlas dominadas por el yugo del consumo.

Utilizar el concepto “consumo” asociado a la energía es una muestra palpable de la culturización energética que la sociedad de consumo inculca, pues la energía no se consume, ni nunca se ha consumido, ni nunca se consumirá. La energía se convierte de energía disponible a energía no disponible.

El dogma de fe de la sociedad industrialista-productivista-consumista es que identifica y confunde energía con materiales fósiles y nucleares, cuando los materiales fósiles y nucleares no son energía. Para disponer de energía se precisa la combustión de los materiales fósiles y la fisión de los nucleares. Solo quemando o fisionando estos materiales se puede disponer de energía, en su forma térmica, la cual puede convertirse en otras formas de energía (eléctrica, motriz, mecánica, etc). Y quemando/fisionando los materiales, se los consume. Pero la energía liberada, por combustión/fisión, se utiliza directamente, o se transforma para proveer servicios. Y esta adicción al fuego fósil es la que hoy amenaza nuestro estilo de vida en forma de calentamiento global.

Por ello, la sociedad industrialista-productivista-consumista adicta a la quema de materiales fósiles (y a la fisión de materiales nucleares) se la puede denominar sociedad fósil, pues su funcionamiento se basa en el consumo de materiales fósiles y nucleares.

Si la palabra “consumo” implica pasividad, la palabra “generación” implica la actitud opuesta: actividad. En el RDL solo aparecen 11 veces las palabras “generación” y “cogeneración”. ¡La palabra autogeneración no aparece ni una sola vez!. Curiosamente, la pionera Ley 82/1980, de 30 de diciembre, sobre conservación de energía, ya utilizaba el término “autogeneración” y “autogeneradores” para referirse a las personas que generaban electricidad y no eran las empresas eléctricas. Casi 40 años después, la perversión del lenguaje, perpetrada por la sociedad fósil, se ha generalizado hasta impregnar leyes, RD y RDL y el conjunto de la sociedad.

Si realmente se quiere ser consecuente con el potencial disruptor que ofrecen actualmente las tecnologías para la captación, transformación y uso de la energía contenida en los flujos biosféricos y litosféricos es preciso realizar una revolución en el lenguaje con el cual nos referimos a la energía, pues todas las revoluciones han comenzado revolucionando el lenguaje.

Ya nos lo dejó escrito Ivan Illich: “El lenguaje, el bien común más fundamental, se halla contaminado así por estas hilachas de jerga, retorcidas y pegajosas, cada una sujeta al control de una profesión. El empobrecimiento de las palabras, el agotamiento del lenguaje cotidiano y su degeneración en terminología burocrática equivale, de manera más íntimamente degradante, a la degradación ambiental tan a menudo discutida. No se pueden proponer cambios posibles en los planes, las actitudes y las leyes si no nos hacemos más sensibles al rechazo de estos nombres erróneos que solo ocultan dominación”.

Solo liberándonos del lenguaje que oculta dominación (y en especial en el campo de la energía), será posible construir un sistema basado en la ‘Democracia EnergÉtica’, en la que las personas estén en su centro y en el que la riqueza generada beneficie a las personas y a las comunidades locales.

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