La energía nuclear nació con muy mal pie. Su estreno mundial fueron las bombas de Hiroshima y Nagasaki que mataron a un cuarto de millón de personas. Para cambiar su imagen se lanzó el programa Átomos para la Paz enfatizando sus usos pacíficos. Esto y su boom en los años sesenta y setenta trajo como reacción una gran oposición. Su ideologización y politización estaban servidas.
Los sucesos de Three Mile Island (Estados Unidos), Chernóbil (Ucrania) y problemas como el riesgo de proliferación nuclear, los residuos radiactivos, la incertidumbre en plazos y costes de construcción de tan alta inversión, el reprocesamiento del combustible, etc, parecía que habían cerrado el interés por esta energía. Más aún tras el accidente de Fukushima (Japón), sucedido en el país paradigma de respeto a los procedimientos.
El calentamiento global y su baja huella de carbono han animado nuevos desarrollos para obviar los problemas apuntados. La tendencia actual va hacia pequeñas unidades modulares (SMR) con seguridad pasiva. Esto permite: bajar la inversión, facilitar el licenciamiento, abaratar y acortar la construcción.
Algunas iniciativas tratan de evitar la proliferación nuclear con reactores especiales, como el TWR de la empresa de Bill Gates, que usará uranio enriquecido solo al iniciar la primera de una cadena de plantas. El resto de combustible será uranio agotado o sin enriquecer. Aspiran a que opere siglos sin parar, sin reprocesar combustible y con la quinta parte de residuos radiactivos.
Con la nuclear tratando de abrirse sitio en la transición energética, con Macron apostando por ella, Alemania cerrando nucleares pero inaugurando un gran gaseoducto directo desde Rusia, y en plena crisis de precios energéticos, la Comisión emite un informe que señala al gas natural y a la nuclear como medios para facilitar la transición. Podían haberlo dicho al principio cuando se aprobó la descarbonización, pues esto parece la procesión de la Virgen del Rocío, que según dicen, va para donde la virgen quiere, pero con los almonteños empujando a uno y otro lado.
En España operan siete grupos nucleares que suman 7.117 MWe y producen más del 20% de la demanda nacional. El PNIEC prevé su cierre a los 45 años de vida. Así, en 2030 la potencia quedará en 3.181 MWe y en 2035 todas cerradas. Se dará la paradoja de que confiaremos solo al clima nuestro suministro energético, precisamente en pleno cambio climático. Todo ello pese a que para entonces se pronostican grandes sequías y el viento se podría ralentizar. No entro en complejos modelos de clima, pero el progresivo deshielo de los polos va a suponer una mengua de los focos fríos terrestres y, por tanto, del gradiente térmico que impulsa al viento de manera global.
Dado que la energía es un elemento básico para la supervivencia humana, parece obligado disponer de reservas para sortear posibles episodios de carencia futuros. La manera más eficaz de almacenar energía, con diferencia, es en el combustible nuclear. Entiendo, por tanto, que sería bueno y prudente tener disponibilidad de ella en emergencias.
Por ello propongo: alargar la vida a los 60 años a los grupos nucleares en operación; no fijar fechas de parada, sino hacerlo conforme el sistema eléctrico lo vaya permitiendo por adición de renovables; después, dejarlos en hibernación transferidos a un organismo oficial. Verbigracia la UME.
Los beneficios que espero son:
• Asegurar el suministro eléctrico antes y después de la Transición
• Ahorrar en desmantelar y conservar los residuos. (Coste estimado 15.000 M€)
• Abaratar la factura eléctrica al sacar antes las energías fósiles del balance
• Llegar antes para atraer industrias que busquen competitividad reduciendo su huella de carbono. Como las de producción de aceros, silicio, aluminio…
• Liderar la producción de H2 verde, desalación…
España tiene una gran oportunidad con las renovables. Lo racional ahora es usar el sentido práctico y estrujar lo que ya tenemos. No perdamos el rumbo.