Al fin, una institución tan importante como lo es la Agencia Internacional de la Energía (AIE) proclama, con cierta solemnidad, la llegada de un tiempo nuevo que, dicho sea de paso, le ha costado mucho reconocer. Hace solo veinte años (“veinte años no es nada”, ya lo decía Carlos Gardel) los informes de la AIE atribuían un papel muy modesto a las energías renovables, por ejemplo, para 2030, fijando unos objetivos que hemos superado ampliamente unos años antes, mientras que supervaloraba en sus predicciones el papel de la nuclear como han demostrado estas dos décadas.
Sí, hoy tenemos que felicitarnos porque su director, Fatih Birol, afirme, con motivo de la presentación del informe ‘Perspectiva energética mundial 2024’, que “en la historia de la energía, hemos sido testigos de la era del carbón y la era del petróleo, y ahora nos estamos moviendo a gran velocidad hacia la era de la electricidad, que definirá el sistema energético mundial en el futuro y se basará cada vez más en fuentes limpias”.
Obviamente, cuando Birol habla de “energías limpias” se está refiriendo a las renovables porque así lo ratifica el informe cuando reconoce que “las tecnologías limpias son cada vez más rentables y seguirán siéndolo”, con la ventaja añadida de que tienen “una exposición muy reducida a los caprichos de los mercados”.
Solo en 2023 se invirtieron casi 2 billones de dólares en renovables, lo que supone que ahora el mundo está gastando el doble en nueva capacidad solar, eólica e hidroeléctrica que en construir nuevos proyectos de extracción y consumo de gas, carbón y petróleo. Una buena noticia para cumplir el compromiso de la comunidad internacional alcanzado el pasado año en la COP 28, para triplicar la potencia renovable en 2030 respecto a los niveles de 2022.
La batalla de la electrificación no está ganada ni mucho menos. Uno se sorprende con la obcecación y virulencia verbal con la que tanta gente se aferra a la idea de que su coche tiene que seguir indefinidamente propulsado por los derivados del petróleo. Como si prescindir de la gasolina o del diésel fuese una renuncia a ciertas ventajas y características del coche, ignorando los demostrados beneficios del salto al vehículo eléctrico. También se antoja complicada la tarea de prescindir del gas en el ámbito doméstico pese a que existen alternativas eficientes y más baratas a medio plazo. Otros usos energéticos requerirán esfuerzos muy importantes para desvincularse de los combustibles fósiles, especialmente en la industria, e incluso es posible que algunos no logren esa descarbonización antes de 2050 lo que no será obstáculo para proclamar “la era de la electricidad” que hoy nos anuncia la AIE.
Y vamos con la pregunta del titular. ¿Será también la era de las renovables? La respuesta es que sí, la duda es en qué medida. Me explico. A la vista de los costes de las distintas tecnologías para generar electricidad, aunque hay otras consideraciones, no podemos dudar ni un momento de que la meta debe ser el “100 por 100 Renovables” que reclamaba Greenpeace hace dos décadas cuando la AIE minimizaba su aportación futura mientras que “los expertos” ridiculizaban la propuesta.
Coincidiendo con la presentación del informe de la AIE, se han hecho públicos otros dos reclamando –ya no se atreven a darlo por hecho– una apuesta decisiva por la energía nuclear en esta nueva era de la electricidad. Uno pensaba que los costes de esta tecnología del siglo XX eran suficiente razón para que no cuente como “pilar” en este escenario futuro, más allá del capricho de algún gobierno.
Pero no, una conocida consultora como Capgemini apuesta por “triplicar (¡Sí, triplicar!) la potencia del parque nuclear global para combatir el cambio climático”, mientras que otra, Compass Lexecon, afirma, contradiciendo lo que los números evidencian, que un incremento del parque nuclear aportará “unos costes del sistema energético más bajos a largo plazo”. ¿Más bajos que las renovables?
Seguirán con la cantinela, pero podemos estar seguros de que estamos en puertas de la era de las energías renovables.
