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Pedro Costa Morata, ingeniero, sociólogo, periodista y experto en energía

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A sus 54 años, Pedro Costa Morata transmite esas sensaciones que se les suponen a los sabios. Su estiradísima formación y sus vivencias han esculpido a un hombre "de ideas claras y ánimo tenso", palabras que Pedro dedica a otros en su libro Nuclearizar España. 25 años después se ha reeditado para contar los avatares de quienes ya entonces imaginaban otro modelo energético. Las paredes de su hábitat íntimo –el estudio donde trabaja– están cubiertas por cientos de libros, carpetas y recortes que guardan una parte importante de la historia ambiental de España en el último cuarto de siglo. Especialmente aquellos asuntos que tienen que ver con la energía, el electromagnetismo, las costas o la ordenación del territorio. Pedro Costa es un ecologista vivo que aplaude las renovables, pero también las critica porque han olvidado, dice, el concepto de alternativas con el que nacieron. Su libro Nuclearizar España acaba de reeditarse "por nostalgia y para que las nuevas generaciones de ecologistas sepan que en este país podría haber ahora 37 nucleares y, sin embargo, sólo hay 9". Y quiere que se recuerde que eso es fruto del esfuerzo de gente generosa que se movilizó y consiguió cosas importantes en una etapa difícil. Sus páginas son un homenaje a los antinucleares y a las energías pensadas a la medida del hombre.

– ¿Cómo surgió Nuclearizar España?
Mi reflexión energética parte de una rebeldía frente a la energía nuclear. Una rebeldía global que ha generado el movimiento ecologista en España. No el conservacionista, que ya existía, pero sí el ecologista que considera que los problemas ambientales tienen un origen y una repercusiones políticas y sociales. Ese originario movimiento antinuclear es el que, de forma ordenada, va planteando otras maneras de resolver el problema energético. Y desde el principió se reivindicaron las energías renovables, que entonces se llamaban alternativas. Un nombre que considero más adecuado y que lamento que se haya ido perdiendo.

– ¿Por qué?
Porque se proponían realmente como alternativas al modelo basado en el petróleo y en las nucleares. Eran la encarnación de una filosofía energética distinta, realmente alternativa. El calificativo de renovables quizá le da un punto de vista optimista, porque realmente no hay nada plenamente renovable, o inagotable. La diferencia de matices que encierran los dos términos, alternativas y renovables, subyace cuando despuntan las críticas actuales a las energías renovables, porque se ha olvidado la filosofía de energías alternativas que tenían al nacer.

– ¿Qué dice esa filosofía?
Las energías alternativas son el enfoque contrario a la energía concentrada, a la instalación de grandes potencias y a todo lo que supone salirse de la medida del hombre. Por eso, siempre se consideró que la energía solar era la más adecuada, la más representativa, porque es una energía absolutamente distribuida, imposible de apropiar, y cualquier ciudadano puede utilizarla con poco esfuerzo tecnológico. Con la pequeña eólica sucede prácticamente lo mismo. Pero eso es lo que no han observado los planes de fomento actuales de las energías renovables.

– ¿Quién le enseñó que la energía nuclear era mala?
Mi propia profesión. Yo trabajaba de ingeniero de instrumentación en una empresa que me encargó el control electrónico de la planta de residuos radiactivos de la central nuclear de Lemóniz (Vizcaya), en 1973. Estando en Bilbao ese año fue donde empecé a enterarme por la prensa que había problemas de opinión pública sobre la energía nuclear. Tal vez hubieran pasado desapercibidos para mi de no ser porque al volver a mi pueblo –Águilas (Murcia)– a pasar las navidades me encuentro con que también allí querían instalar una central nuclear. Y comencé a analizar el tema desde otra perspectiva. Fui adquiriendo una actitud mucho más crítica y me comprometí a movilizar a todas las fuerzas sociales para que se opusieran. Luego ya, claro, tuve que responder de mis ideas ante tanta gente –mi empresa, las eléctricas, los medios de comunicación– que me convertí en un experto a la fuerza. Algo sabía ya, y por eso recayó sobre mi la organización de la lucha antinuclear entre 1974 y 1976, dentro de una asociación que se llamaba Asociación Española para la Ordenación del Medio Ambiente (AEORMA).

– Al final de esos años escribe Nuclearizar España.
Sí, y por eso lo esencial del libro no es tanto la crítica tecnológica y económica, sino la descripción de las luchas populares de una veintena de lugares que se sublevaron contra los proyectos nucleares que surgían por todas partes. Entre noviembre de 1973 y abril de 1975 aparecieron unos 30 proyectos de centrales. Los viví en primera línea, me convertí en parte activa, y donde no había oposición yo me encargaba de crearla. Todas esas experiencias son las que se plasman en el libro.

– Hoy vuelve a hablarse de la energía nuclear. ¿Piensa que podría salir adelante alguna central nueva?
No, imposible. Los únicos que hablan de eso ahora son los que, o bien no tienen ni idea de cuál es la historia nuclear de España, o bien están obsesionados con la energía nuclear, que es justamente lo que le sucede a María Teresa Esteban Bolea, actual presidenta del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN). Una mujer extremadamente inteligente, pero tan forofa de lo nuclear que le perturba el razonamiento. En Europa Occidental ya no se plantean nuevas centrales nucleares. Al contrario, se están desmantelando, tras convencerse de que la tecnología nuclear ha sido un fracaso total, humano y económico. Y todo porque nacieron con un pecado original: hacer una aplicación imprudente y apresurada de lo militar a lo civil.

– ¿Cómo ve que la presidenta del CSN haga manifestaciones de apoyo a la energía nuclear?
No es su cometido, se mete en lo que no le corresponde. Es una representante del Estado y todo lo que debe hacer es conseguir que el CSN funcione bien, que garantice la seguridad, que ofrezca confianza a los ciudadanos y que no ceda ante las presiones de las eléctricas.

– ¿Por dónde irán las líneas básicas del plan energético del Gobierno?
El Gobierno se ha tenido que tragar todos sus criterios liberales y reconocer, tras innumerables fallos del sistema eléctrico durante el último año, que el sector energético exige cierta planificación. La constante en la política energética en España, desde los años 60, se basa en la dependencia casi exclusiva de un recurso; siempre se han puesto todos los huevos en la misma cesta. Se empezó con el fuel oil, luego la nuclear, después el carbón del PSOE y ahora nos ponen en manos del gas. Es una manía absurda por el monocultivo, cuando ninguna energía debería representar más del 20 o del 25%, por simple prudencia. El criterio a aplicar es el equilibrio, la diversidad.

– ¿Qué papel jugarán las renovables en el futuro?
En energía, lo pequeño es hermoso. Pero es evidente que el modelo económico actual no lo permite por la concentración urbana e industrial, que es el primer pecado antiecológico. Por tanto, la filosofía de estas energías, como alternativas, es muy difícil de cumplir. Yo siempre he creído en lo que llamaba la "comarcalización energética", es decir, distribuir el territorio en pequeñas unidades donde se vincula el consumo con la producción. Pero las circunstancias actuales hacen imposible una solución energética racional.

– Y con las posibilidades que nos ofrece ese modelo económico, ¿cuál sería una alternativa viable?
La primera de todas, el ahorro. Habría que proponerse reducir el consumo durante los próximos 20 años. No se puede permitir que crezca más el consumo energético que el PIB, y que lo haga todos los años. Es un mito pensar que esos crecimientos van parejos. Con que se fuera racionalizando año a año el sector del transporte, en energía primaria podríamos estabilizar el consumo durante 20 años. La industria del ahorro es, además, muy interesante y tiene un enorme potencial. En las palabras del secretario de Estado de Economía, José Folgado, presentando el borrador del plan energético (el día anterior al de la entrevista), no hay una sola mención al ahorro. Si planteamos la necesidad del ahorro, entonces se puede hacer política energética. Previendo incrementos sucesivos no hay solución para nada.

– ¿Otras propuestas?
Una de las actuaciones en política energética que tiene repercusión y que es necesaria es subir todos los precios. Justo lo contrario de lo que está haciendo este Gobierno. La energía tendría que responder al coste inmenso que exige, y que no es sólo ambiental. Pero la obsesión con que no se dispare la inflación es tal que no hay manera de subir esos precios, lo que estimula aún más el consumo. Incrementando los precios se conseguiría ahorro y nos aproximaríamos a la realidad, porque ningún precio energético lleva hoy repercutido los costes que produce. El mundo empresarial y económico de la energía es un mundo irreal y, además, goza de una situación de privilegio escandalosa. Siempre. Con todos los gobiernos, sean del signo que sean.

– ¿Qué piensa de los movimientos de oposición a las energías renovables?
Los grupos ecologistas suelen reaccionar ante lo que consideran una agresión más o menos ambiental, o cultural, o espiritual. Reaccionan porque se ven agobiados por un exceso. De ese exceso tienen que responder los ecologistas que han promovido eso, porque nunca ningún grupo ecologista puede ser partidario de la concentración, ni económica, ni tecnológica, ni energética. La filosofía del ecologista –lo pequeño es hermoso– es imposible en una sociedad tal y como está montada, porque el ecologista plantea una reforma total de la sociedad. La biblia de la energía para el ecologista ha sido siempre La energía y la equidad, de Ivan Illich. Un libro que deberíamos leer de vez en cuando.
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