sergio de otto

El peligro del gas en la transición energética

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Cuando en la anterior década los dirigentes de las eléctricas y de otras grandes empresas cometieron el error, tremendo error, de poner en funcionamiento 27.000 MW en centrales térmicas de gas (“ciclos combinados”) obviamente no estaban ni mucho menos pensando en prestar un “respaldo” a las energías renovables que eran oficial, aparentemente, la apuesta tecnológica de los sucesivos gobiernos de aquellos años, incluido el PP que aprobó el “Plan de Fomento de las Energías Renovables 2000-2010” cuya paternidad parece ignorar. Ese argumento, el del “respaldo”, lo empezaron a emplear más tarde para justificar su tan abultada como innecesaria presencia en el mix y para conseguir que, lamentablemente, hoy ese error estratégico, tremendo error, lo paguemos los consumidores en concepto de unos escandalosos “pagos por capacidad” que solo premian su ineptitud.

Lo que querían con esa apuesta por el gas no era apoyar el desarrollo de las renovables, para nada, lo que pretendían era perpetuar su control del sistema eléctrico español limitando al máximo la entrada de nuevos actores en la generación con una tecnología que necesita instalaciones que requieren unas inversiones que solo están al alcance de empresas con un gran músculo financiero. Es decir, todo lo contrario que las renovables en las que, desde la eólica a la fotovoltaica, la puerta está abierta para empresas medianas, pequeñas o particulares, véase el caso del autoconsumo.

Ahora que (lo quiera o no el oligopolio) estamos entrando en la denominada transición energética, el gas, sus defensores, las empresas que pueden involucrarse en este negocio, vuelven a llamar a la puerta como la tecnología imprescindible para llevarla a cabo. Se presentan de nuevo como tecnología de “respaldo”, como transición de una economía dominada por el petróleo hacia una descarbonizada que mitigue el cambio climático.

Es obvio que quemar gas supone reducir notablemente las emisiones de gases de efecto invernadero respecto al carbón o al petróleo. Esa es la “patita blanca” que enseñan por debajo de la puerta para que se la abramos. Sí, pero menos sucio no significa limpio. Un kWh generado con gas supone la emisión de 390 gramos de CO2, menos del doble que el carbón, sí, pero emite y, por tanto, contribuye al cambio climático. El gas, aunque se disfrace de mariposa, es un combustible fósil más.

El problema, el riesgo, la trampa que esconde este escenario, en el que el mal menor se presenta como un bien mayor, consiste en que el gas viene para quedarse. Sí, para quedarse como fuente de energía principal de nuestros sistemas energéticos. El problema, el riesgo, la trampa es que su implantación con “carácter temporal” sea un obstáculo para el desarrollo de lo que supuestamente vienen a apoyar: las renovables. “No hay hueco para más renovables” nos volverán a decir pasado mañana como nos han dicho hasta hoy, por ejemplo, dejando fuera la producción eólica por la no gestionabilidad de las centrales nucleares. El problema, el riesgo, la trampa consiste en que las costosas infraestructuras que conlleva su desarrollo serán coartada para justificar su permanencia en el tiempo.  

De la misma forma que desde la Fundación Renovables planteamos un calendario de cierre de las centrales de carbón y nucleares, a partir de ahora debemos exigir condiciones muy severas para la aprobación de nuevas instalaciones e infraestructuras gasistas. La combinación de medidas de gestión de la demanda y un adecuado mix de energías renovables pueden evitar perfectamente, en muchos casos, el recurso a nueva potencia de tecnologías fósiles.

Hace pocos días se conocía un informe de Bloomberg New Energy Finance (BNEF) y Naciones Unidas, que señalaba que “el coste nivelado de la energía eólica con almacenamiento en Alemania es de 120 dólares MWh (81 dólares solo la eólica), mientras que en este mismo mercado la energía producida por los ciclos combinados cuesta 110 dólares MWh”. Una diferencia de solo diez dólares MWh que se dará la vuelta en muy poco tiempo.

Es un dato muy significativo para que entendamos que tampoco la cacareada competitividad justifica un papel relevante del gas en la transición energética. No hay razones sociales, no hay argumentos ambientales, no existen pretextos económicos: no caigamos en la trampa del gas.

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emho
Miguel, repasando los datos dela potencia instalada de producción de electricidad primaria en España disponemos de 100GWh. La cifra máxima de consumo instantáneo jamás alcanzada, según se ha publicado, fue de 42GWh. Hay una sobrecapacidad que, incluso con un ratio de seguridad del 1.1 (o 10%) del máximo de demanda, se acerca al 50% de la oferta (o del 100% de la demanda). Acumular gas puede generar problemas como los de Castor.
Miguel Ruiz
Mi comentario no es una crítica, sólo quiero entender la situación. En un sistema energético renovable debe haber un sistema de respaldo para cuando el sistema sea deficitario, ¿no?, este sistema de respaldo debe ser de energía fácilmente almacenable (combustibles fósiles), ¿Por qué no el menos contaminante, el gas?. ¿Están suficientemente desarrolladas las soluciones para almacenar energía procedente de fuentes renovables?
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