sergio de otto

¿Y ahora qué?

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Lo peor de la victoria del Partido Popular en las elecciones del 26J es que ahora sus dirigentes pueden caer en la tentación de dar por validadas, refrendadas y aclamadas todas y cada una de las políticas llevadas a cabo en estos cuatro años… y entre ellas la energética. No creo yo, ni se lo creerá nadie sensato, que Rajoy ha logrado el 32% de los votos y 137 diputados por echar el freno y la marcha atrás al desarrollo de las renovables en nuestro país ni por hacer la regulación más restrictiva del planeta al autoconsumo, pero seguro que los Nadal sí se sienten reafirmados y estarán dispuestos a perseverar en su viaje al pasado.

Sin embargo, a diferencia de la legislatura 2011-2015, el PP va a gobernar –eso parece cuando escribo estas líneas– bien en minoría, bien con un pacto de legislatura. No cuenta con el rodillo de la mayoría absoluta para imponer el despropósito que ha regido su política energética durante cuatro largos años partiendo de un error de diagnóstico y, por tanto, con las recetas equivocadas.

Ahora surgen dos incógnitas: ¿se va a replantear el PP esa política, hay una posibilidad de que los tirones de oreja que ha recibido de Bruselas y de otros organismos internacionales o la constatación de que en estos temas logra una cohesión inhabitual del resto de fuerzas políticas le lleven a rectificar, al menos en parte, su obsesión anti–renovable y su negación a la transición energética que está en marcha en medio mundo?
La segunda es: ¿cumplirán los partidos de la oposición los acuerdos firmados en la breve legislatura anterior, serán coherentes con los discursos y posicionamientos que les unían en este ámbito frente a la mayoría absoluta del PP?

En el primer caso soy bastante pesimista, ¡qué le vamos a hacer!, pese a que existen algunos elementos diferenciadores que permitirían albergar un hilo de esperanza. La prepotencia de los populares, su soberbia y la cerrazón que les ha caracterizado esta legislatura ha alcanzado el grado superlativo en materia de energía. El afortunadamente desaparecido Soria y los hermanos Nadal, que lamentablemente siguen y con muchas posibilidades de estar en el nuevo Gobierno (Álvaro o los dos, ¡al tiempo!) han dejado una herencia nefasta tanto en el BOE como, sobre todo, en las convicciones del partido, en su discurso, casi en su ADN y va a ser muy difícil (aunque en política nada es imposible) que den marcha atrás. ¿Suavizar ligeramente las leoninas condiciones para ejercer el autoconsumo? Quizás. ¿Emprender, aunque sea tímidamente la vía de la descarbonización de nuestro modelo energético, priorizar el ahorro y la eficiencia, apostar por las renovables y no demonizarlas? Difícilmente.

Por su parte, el resto de fuerzas políticas se enfrentan a una situación inédita. Cuentan con una mayoría contrastada para empezar a construir ese modelo, lo han repetido los responsables de energía de PSOE, Unidos Podemos y Ciudadanos reiteradamente antes y después de las elecciones. Y hay dos escenarios: el primero, el de la investidura. ¿Su voto afirmativo o abstención en una investidura de un presidente del PP (que salvo sorpresa mayúscula será Rajoy) estará condicionada, entre otros temas, a una transmutación en materia energética? Si fuera por los citados responsables sectoriales seguro que sí, otra cosa es que estos temas figuren en la agenda de prioridades de los líderes de esas formaciones.

Segundo escenario: ¿van a cristalizar esos acuerdos para modificar sustancialmente el nefasto Real Decreto 900/2015 o para devolver la seguridad jurídica (¡y algo más!) al sector renovable, en iniciativas legislativas que pasen por encima de los acuerdos que permitan la gobernabilidad del país?

Sí, demasiadas preguntas, demasiadas incógnitas. Como escribía recientemente el presidente de la Fundación Renovables, Domingo Jiménez Beltrán, vamos a tener la oportunidad de hacer la prueba del algodón con las convicciones en política energética de unos y de otros, vamos a comprobar si estábamos ante apuestas sinceras o buscaban la foto. El problema es que ya no hay tiempo que perder. O avanzar o caer en el abismo.

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